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Como les suele suceder a los imputados, apenas me acuerdo de nada importante. De tonterías, en cambio, sí. Olvido palabras corrientes (ayer no había manera de que recordase la palabra ‘paleta’, y tuve que apuntar en la lista del supermercado ‘ese jamón’), mientras las que no uso nunca zumban en mi cabeza deseosas de ser escritas. Sobre todo, olvido libros. No me acuerdo de lo que he leído, y menos si se trata de obras maestras. La bazofia literaria no me la saco de encima. En fin, una mierda de memoria selectiva que conspira contra mí. Eso se remedia releyendo (todos los escritores dicen pasarse la vida releyendo), pero a mí no me funciona. No releo, porque si la cosa me gustó mucho, me llevo grandes disgustos. Con razón lo había olvidado, mascullo. En fin, que nunca estamos de acuerdo, mi puta memoria y yo.

Hará como 30 años, y por prescripción facultativa de mi querido psiquiatra el doctor Roca, leí Opiniones contundentes, un libro extraordinario de entrevistas, cartas y artículos de Vladimir Nabokov, que me encantó. Una terapia magnífica, pese a no ser aficionado a Nabokov, y no estar de acuerdo ni con media docena de sus centenares de opiniones arrogantes. El secreto de la gran literatura. Sus novelas, empezando por Lolita, me aburren sobremanera, pero sus retales son magníficos. El libro se extravió hace mucho, y ahora veo menos a mi psiquiatra (debe pensar que ya estoy curado), así que lo recompré y lo releí. No recordaba la editorial, pero ahora está en Anagrama, en una primera edición de 2017, y lo más asombroso es que me sigue gustando pese a su sobrehumana grandilocuencia. Al llegar a la página 31 y a la 36, donde se mofa de Freud en tanto que farsante, y califica el freudismo de disparate contaminante, mi jodida memoria se activó, y tuve una sensación de grata familiaridad que me duró trescientas páginas. Me acordaba de todo. Cuando Nabokov se pone a escribir me da igual, pero cuando piensa es un fenómeno. Esto me ocurre con otros célebres escritores, como el también infinitamente engreído Foster Wallace. ¿Me habré curado de la literatura? ¿Habré recaído? Puesto que apenas me acuerdo de nada, no lo sé. Se lo preguntaré a mi psiquiatra cuando le vea.