TW
0

El anuncio de que Baleares dispondrá de hasta unos mil millones de euros a fondo perdido para compensar el agujero que ha causado la epidemia en su tejido productivo es una excelente noticia se mire por donde se mire. Y en ella, el Govern balear tiene un mérito que no se debe menospreciar. Se trata de unas ayudas absolutamente imprescindibles para que, cuando un día volvamos a la normalidad, dispongamos el tejido productivo que es clave en la recuperación. Las empresas son mucho más que un empresario, un local y una marca: son la agrupación de recursos financieros, conocimiento –del mercado, del cliente, del producto, de las técnicas de venta–, tecnología y, fundamental, el equipo humano. Una empresa no se improvisa, requiere de tiempo, esmero, continuidad y liderazgo. Perderlas sería trágico para cualquier sociedad, incluso para unos gobernantes que, entre copa y copa, sueñan con un nuevo modelo de economía, de sociedad y de ser humano. Destruir una empresa es cuestión de semanas, tal vez meses, pero reconstruirla puede llevar años. Ese es el riesgo que corríamos y probablemente aún corramos, aunque más atenuado si estas ayudas llegan eficazmente a los afectados.

La noticia es doblemente positiva porque en un país de segunda división como somos nosotros, ya pensábamos que estas ayudas no iban a llegar nunca. Ante la resignación a la que creíamos que estábamos condenados, mil millones son un logro inimaginable.

Así, pues, esta línea de ayudas no admite cuestionamientos, ni siquiera por el hecho de que llegan más tarde de lo necesario. Italia, Alemania, Holanda, Reino Unido y Francia llevan ya muchos meses otorgando ayudas a todo el tejido económico para mantenerlo operativo, siguiendo más o menos los mismos criterios que parece que se exigirán en España: una pérdida de ingresos documentada, justificación de la viabilidad económica de la empresa previa a la crisis, y una vocación de continuidad en el futuro. Todo encaminado a evitar los pillos que quieran coger el dinero y echarse a correr.

Tengo la impresión de que, conociéndonos, incluso con criterios que, a priori , parecen razonables, habrá dificultades en el reparto porque siempre aparecerá alguien con una casuística compleja o porque también me temo que habrá al menos una cuota de picaresca que nos siga recordando que nosotros somos diferentes. Sea como fuere, se trata de una decisión que era urgente y fundamental.

A partir de ahí, podríamos hacer otra reflexión que los llorones profesionales –de eso viven, es su razón de ser– ignorarán cuidadosamente porque no encaja en su agenda: estar integrados en un país más amplio, más grande, aparte de las razones emocionales e históricas indudables que son bien conocidas, compensa. Malta, por citar un ejemplo comparable dentro de Europa, o Dominicana, uno ajeno a nuestro entorno, tienen serias limitaciones. Malta, por ejemplo, depende exclusivamente de sus propios recursos y, como mucho, ha de esperar a que llegue el dinero de Europa, un mecanismo de solidaridad que en el caso de Baleares también existe pero llegará más tarde. Dominicana, todo un país independiente, tiene muchas ventajas en ciertos momentos, pero cuando ocurre algo así apenas le queda la posibilidad de acudir a la limosna de Estados Unidos.

Hoy, muchos callarán como tumbas porque que Madrid nos ayude por encima de lo que nos hubiera correspondido en un reparto por habitante, en justa correspondencia que el impacto que estamos sufriendo, muy superior a la media, destroza su discurso victimista. Para llorar, hasta les hubiera ido mejor que Madrid nos ignorara. Al menos, no tienen la decencia de reconocer que esta vez, cuando lo merecíamos indiscutiblemente, hemos tenido una participación en el reparto que es proporcional a nuestra desgracia.