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En marzo de 1919 el auto titulado socialismo revolucionario creó su propia organización internacional, bajo la égida del mayor partido comunista, el inspirador, el conductor, el referente, el director: el ruso. Que esclavizó bajó el nombre de Unión Soviética a los pueblos que sojuzgó a sangre y fuego y que pretendía hacer igual con el resto de países.

Es curioso observar que todavía hoy haya necomunistas que bajo la etiqueta de historiadores, periodistas y otras ocupaciones con aspiraciones de influencers nieguen o, como poco, silencien esa evidencia. Pues que se lo cuenten mismamente a los ucranianos, que sufrieron en los años treinta un genocidio -así definido por la ONU, por cierto – a manos del salvaje Iosif Stalin, que ordenó asesinar por hambre a esas pobres gentes porque no querían ser camaradas comunistas suyos, con el resultado mínimo de siete millones - así como lo leen – de cadáveres, superando en el ranking de asesinatos genocidas a su colega alemán Adolf Hitler. Pues bien, a este angelito se le homenajeó en Madrid y Valencia este mismo mes de agosto sin que pasara nada, sin que apenas nadie se enterase. España, en fin: qué se le va a hacer, es así.

Ese comunismo ruso fue el que provocó en 1919 la ruptura con el socialismo democrático -o sea, la socialdemocracia - y creó la III Internacional o Komintern para, en la práctica, dirigir con mano de hierro todo el comunismo internacional. Así lo hizo en las décadas siguientes. Su objetivo, a través de las múltiples delegaciones nacionales, era acabar con las democracias -talmente sus colegas nazi y fascista – para instaurar en cada país dictaduras al estilo soviético ruso. Por eso una de sus tácticas más preciadas fue el ataque sistemático al socialismo democrático. Desde a la sazón la aniquilación de éste era parte de su visión estratégica. Consideraba que la socialdemocracia anclaba buena parte de la clase obrera en la creencia que la democracia podía cobijar sus derechos, por tanto era de interés esencial romper ese vínculo. Sólo así, luego, el conjunto izquierdista bajo la batuta comunista soviética podría instaurar, país a país, el paraíso proletario en la tierra. Cuidado: no es análisis ni suposición, estos delirios ideológicos quedaban plasmados en los programas políticos de los feroces genocidas que dirigían la URSS.

Para conseguir su objetivo, en el decenio de 1930, aprovechando el malestar social debido a las consecuencias económicas de la grave crisis iniciada en la bolsa de Nueva York en octubre de 1929, el comunismo se hermanó de facto con el nazifascismo para liquidar todas las democracias que pudo. Unos y otros se batían en las calles, sin duda, pero es que así, juntos, revueltos y enfrentados carcomian la fe en la democracia de amplias capas sociales. Ocurría en la Francia de la Tercera República, en la República de Weimar alemana, en la monarquía parlamentaria británica… Y la España de la Segunda República no fue excepción. Al final, como es conocido, el comunismo y el totalitarismo de ultraderecha consiguieron su objetivo liberticida compartido en Alemania y en España, si bien el hermano que se impuso fue al fin en ambos casos el ultraderechista. 

Volviendo al principio de la tercera década del siglo XX, en el caso de España los primeros satélites soviéticos fueron el Partido Comunista Obrero Español (PCOE) y el Partido Comunista Español (PCE), ambos creados en 1920, hace un siglo, por gentes que habían abandonado el PSOE. No debe confundirse este PCOE con el que se recreó en 1973 ni este PCE inicial -que contaba con Dolores Ibáburri entre su dirigencia- con el que se fundó en 1921 y que fue resultado de la fusión de los dos susodichos: el Partido Comunista de España que es el actual que se inventó la marca Izquierda Unida y que luego entró en Podemos, tras que este partido fuera creado por ex militantes del PCE, como Pablo Iglesias. 

Por supuesto Podemos no es exacto al PCE ni mucho menos al comunismo de hace un siglo. Sin embargo esta formación neocomunista sigue teniendo la pulsión anti socialdemócrata de sus ancestros. Se vio nada más nacer, cuando aspiró a derrotar ante todo al PSOE -el famoso “sorpasso”, ¿se acuerdan? - para, acto seguido, al frente de la -según terminología propia de esa vetusta ideología-vanguardia obrera asaltar el poder -en la Rusia revolucionaria fue el asalto al Palacio de Invierno, en la España de 2016 era “asaltar los cielos” - y proclamar el advenimiento de la felicidad comunista. 

Luego ha ido pasando todo lo que conocemos. En esencia: que Podemos eclosionó con espectacularidad gracias a la depresión económica, al tirón mediático de Iglesias y a la crisis interna del PSOE. pero al ser una plataforma de aluvión formada por múltiples izquierdas anti de todo no pudo o no supo -y tampoco le dejaron, sin duda – hacer una síntesis creíble de este maremágnum, con la consecuencia de una erosión electoral posterior casi tan explosiva como lo fue su eclosión, hasta llegar a la conclusión de que no le quedaba otra que buscar el poder, por poco que fuera, para intentar consolidar la estructura de partido. En eso está. 

En algún momento, sin embargo, emergerá de nuevo su esencia anti socialdemócrata y por un motivo u otro romperá -o, más probable, forzará la ruptura haciéndose la víctima– con el PSOE. No puede ser de otro modo porque es su enemigo. De la misma forma que pasa a la inversa. A medida que la intención de voto que enseñan los sondeos vayan mostrando con más rotundidad que el PSOE acota en progresión geométrica a Podemos más se acercará el momento en el que los de Iglesias recuperen a las claras -de facto nunca la han perdido – la razón fundamental de su ser: la lucha a muerte con los socialistas. La excusa será de política socioeconómica y acusarán a los de Pedro Sánchez de no ser fiables, de sumisos al capitalismo y todos los tópicos del libro del buen comunista. 

Muchas cosas cambian a lo largo de un siglo de historia. Pero algunas se mantienen incólumes. La lucha entre el comunismo y el socialismo democrático es una de ellas.