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Los mismos que se reían de Pedro Sánchez porque “nunca” conseguiría pactar con ERC, pues era “imposible” tal acuerdo, ahora se suman a los que entonces clamaban contra la que veían segura ruptura de España, que son los que en tan pretéritos tiempos como 2004 ya se echaban a las calles contra igual apocalipsis nacional provocado, decían, por los impíos rojos y sus demoníacos socios de ERC y PSC. Hay cosas, como se ve, que se mantienen incólumes a través de las décadas en la tan peculiar política española. 

Sánchez es un personaje único. Al no estar lastrado -como servidor ha analizado muchas veces, aquí mismo también en más de una ocasión– por escrúpulos, principios ni ideología -ni, debe añadirse,vasallaje alguno a su partido, sea al resto de dirigentes o, mucho menos, a los afiliados – tiene plena libertad para hacer la política que más le convenga a él, sólo a él y a nadie más que a él. Que es lo que hace. Como me dijo una persona, compañera suya, que lo conoce muy bien, “Pedro sería capaz de acabar con el partido si así cree que conseguirá (convertir en realidad) su ambición personal”. Fue cuando después de la guerra interna desatada en el PSOE (septiembre y octubre de 2016) se habían convocado las mal llamadas “primarias” para elegir el secretario general (mayo 2017) del partido. No creo que haya cambiado de opinión, aunque ahora, a la fuerza ahorcan, intenta llevarse bien con él. Valga la referencia para abundar en la explicación: Sánchez es un tipo que piensa en él y todo lo demás para él es entre secundario y marginal. O inexistente. 

Su forma de ser se refleja en la insólita personalidad política disociada de la que hace gala. O sea: no es el mismo en función de las circunstancias. Lo dijo Carmen Calvo en celebrada y recordada ocasión: lo que había prometido cuando era secretario general no valía para nada cuando ya era presidente. Por la misma razón es perfectamente capaz de decirles a ERC, PNV, Bildu y demás que lo que acordó con ellos fue en su naturaleza de aspirante a la investidura y que, según la doctrina Calvo, no tiene por qué ser lo que haga o diga ahora al ser ya presidente efectivo y por tanto no hay razón para cumplirlo. No faltan -y aunque parezca mentira, no es broma– los socialistas que así explican los pactos con los “indepes”, aseguran que no los cumplirá. Es posible. Ya se verá. 

En cualquier caso, si se analiza la negociación e investidura por ellas mismas y al margen de las concreciones futuras que puedan lograrse en la famosa “mesa de negociación”– si es que alguna se alcanza– , el avance de las posiciones políticas separatistas es meridiano. No, España no va a romperse. Por ahora. Lo que entra dentro de lo posible es que Sánchez, al estar libre de las cargas de todo tipo – ideológicas, políticas, éticas, orgánicas… - con las que todos los demás presidentes del Gobierno han tenido que apechugar pueda culminar algún tipo de acuerdo con ERC y el PNV que, al ir desarrollándose en los próximos cuatro años, vaya cambiando la relación entre el Gobierno y los ejecutivos autonómicos de Cataluña y País Vasco. En el sentido que los respectivos autogobiernos se incrementen mucho -mediante transferencias de poder político, económico y sentimental (selecciones deportivas, por ejemplo)– a través no de la reforma de la Constitución -que requeriría del voto del PP, que no parece probable que lo ceda – pero sí de nuevas leyes y de la muda de otras existentes, amén de la práctica política desde el Ejecutivo -verbigracia: no recurriendo ciertas leyes vascas y catalanas al Constitucional, no poniendo trabas al incumplimiento de sentencias del Supremo y del Constitucional al respecto del idioma en ambas comunidades… -. Esto sí que es posible, incluso probable, que se consiga. Si es que el acuerdo base con ERC no salta por los aires fruto de la presión contraria combinada del puigdemontismo y de la derecha política, jurídica, empresarial e institucional, lo cual no puede descartarse de ningún modo, tal es la ofensiva que han desatado. 

Pase lo que pase en el futuro inmediato y a medio plazo es indudable que, como poco, desde la negociación post-electoral PSOE-ERC-PNV y con la investidura el separatismo ya ha alcanzado unos éxitos que nadie pensaba que iban a ser posibles. Son de orden propagandístico -y éste es política, sin duda-, si se quiere, pero existen. No sólo es -que también y no es poca cosa– que el PSOE y Sánchez hayan asumido el lenguaje soberanista. Es que hace siete u ocho años nadie en Europa sabía quiénes eran los “indepes” catalanes y hoy son estrellas mediáticas y políticas. Han alterado en este tiempo la jurisprudencia sobre la inmunidad de los europarlamentarios. Los altos estamentos judiciales de los principales países europeos se plantean qué podrían resolver en caso de llegarles algún conflicto relacionado con la cuestión. El conflicto catalán sonaba a la sazón a marcianada y hoy está en la agenda -de forma sorda, sin duda, pero en ella – de los gobiernos y de la propia Unión Europea. Todos estos estamentos europeos están estupefactos ante el hecho de que parte de los que hace dos años eran perseguidos por la justicia española -y hoy encarcelados- ahora han negociado la investidura del Gobierno del país del que quieren desgajar su territorio: si esto por sí solo no es ya una gran victoria…

Pero por encima de todas estas constataciones aún mucho más relevante es que la intentona secesionista de 2017 -por muy burda, impostada y fantasiosa que fuera – que mereció la persecución judicial, lejos de tener por respuesta del Gobierno del Estado la proscripción política de sus protagonistas éste va darles un premio en forma de más poder institucional autonómico. Algo que sorprende y a la vez fascina por ahí afuera porque desvanece el discurso que criminaliza el independentismo. 

No puede dudarse, en fin, que el separatismo ha conseguido una gran victoria. Cuyo alcance exacto no se puede conocer ahora mismo. Nadie sabe lo que ocurrirá en el futuro, pero no cabe duda de que en relación a la reivindicación catalana –y vasca– de independencia nada es igual a hace unos pocos, muy pocos años antes.