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Los ejercicios de guerrilla urbana que se han vivido en Barcelona, así como en otras ciudades catalanas, en los días posteriores a la publicación de la sentencia del Tribunal Supremo, contra los líderes independentistas, no tiene directa relación con las pacíficas protestas separatistas por la condena impuesta a los jefes secesionistas. Gusten o no, estas últimas están bajo protección de la libertad de expresión. Lo otro no: esto de las barricadas e incendios no son protestas, son salvajadas que alteran el orden público y que de política sólo tienen la excusa, el débil disfraz con el que sus autores pretender disimular su naturaleza. 

Puede que haya gente, tanto en Cataluña como en el resto de España que se haya creído la tonta ñoñería de que en el Principado sólo hay gente de paz y el bla-bla-bla separatista habitual. Y por eso les extrañe tanto lo que ha ocurrido. Pero es que ni por asomo es así. De hecho Barcelona cuenta con una larguísima tradición de violencia de raíz política -o no tanto, a menudo – que se enraíza en el siglo XIX. Recuérdese el activismo violento anarquista a fines de esa centuria, la Semana Trágica de inicios del XX, el pistolerismo derechista anti sindical de la década de 1920, los violentos anarquistas catalanes en la Segunda República, los asesinatos ultraizquierdistas en los años de la Guerra Civil, los ídem ultraderechistas con la caída republicana, el renacer violento durante la transición – Terra Lluire, acciones de los GRAPO, de nuevo anarco terrorismo (Caso Scala, por ejemplo) -.. ¿Pacifismo? Para nada. Existe ese poso de violencia de disfraz político que viene de lejos y que en los últimos años se ha detectado de nuevo entre las movilizaciones contra la globalización, entre el movimiento Okupa... y ahora entre las protestas independentistas contra la sentencia. Entre ellas. No de ellas. La diferencia no es de matiz. Y cuando se pretende, con trazo grueso y grosero, hacer de todo uno lo que se intenta en verdad es igualar separatismo a violencia. No es lo mismo. Al menos no de momento. Para nada estamos, ni por remota aproximación, a algo semejante a lo vivido en el País Vasco. Lenguaraces como Cayetana Álvarez – que no se entiende qué hace en un partido democrático-, los de Vox y demás ralea fascista que busca esa sinonimia están practicando algo tan viejo como las tácticas de manipulación de masas de su admirado Joseph Goebbles: proyectar sobre el enemigo condiciones perversas para ir degradándolo a una situación en la que ya sea aceptable su eliminación, en el caso que nos ocupa su ilegalización. Vieja, asquerosa y repugnante táctica,pero efectiva.

Si uno intenta abstraerse de las protestas independentistas, de la violencia nocturna y de las propagandas varias de unos, otros y los de más allá, aparece nítida la sentencia del Tribunal Supremo como una puerta abierta que favorece la negociación política entre el Madrid socialista y la Barcelona separatista. No ahora. Habrá que dejar pasar algún tiempo. Pero el Supremo ha hecho un favor al Gobierno Sánchez. Si hubiera condenado por rebelión – siguiendo la disparatada teoría que Borbón fijó en el sentimiento ultra y derechista de rancio patrioterismo el 3 de octubre de 2017 y que, por cierto, el Supremo ha desmentido de plano– e impuesto – tal y como pedía la fiscalía del régimen- el blindaje de la pena de prisión al menos hasta el cumplimiento de la mitad, ERC y los sectores racionales del PDCAT no hubieran podido desmarcarse de ningún modo del puigdemontismo - que no quiere solución racional alguna - por mucho, mucho tiempo. Ahora, por el contrario, tienen la puerta abierta para hacerlo. Porque el Supremo permite una salida humana para los políticos presos: mediante decisiones de la administración penitenciara catalana podrán acceder a beneficios de forma muy rápida. A la vez que sitúa en la negociación política la posibilidad no de amnistía ni indulto -que no se barruntan como posibles – pero sí de una reforma a medio plazo del Código Penal que pudiera dejar sin efecto las condenas, rebajando las penas de sedición, por ejemplo. U otras opciones por el estilo, que las hay. 

Nada está escrito ni es seguro. Y desde luego cualquier salida de este bucle no será fácil ni rápida. Pero al menos la sentencia -a pesar de tanta sobreactuación separatista y ultraderechista, cada una en su dirección – deja la puerta abierta para la iniciativa política al Gobierno. Como debe ser. Porque es un conflicto político que no será resuelto por otra vía que la política. Es cierto que podría no ser solucionado– no son pocos los que así lo anhelan – porque al fin y al cabo ya está enquistado desde hace al menos un siglo – ya en 1919 el llamado Comité Nacional Catalán pidió formalmente a la recién creada Sociedad de Naciones que acogiera a Cataluña como país independiente -, pero si tiene que tener una solución sólo puede pasar por la negociación política que se concrete en una consulta a los catalanes sobre si quieren seguir siendo españoles o no.