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La exhumación de los restos del dictador Francisco Franco del monumental valle de sus caídos debía ser inmediata, nos dijo Pedro Sánchez tras llegar al poder mediante la moción de censura. La intención, sin embargo, chocó con multitud de trabas, pasaron los meses, ya más de un año y Franco sigue en el valle de sus caídos por su dios, por su España y sobre todo por él. Un día u otro, no obstante, la justicia acabará por dar el visto bueno y el Gobierno, sea el de Sánchez o el de otro presidente, acabará con esa ignominia. E igual pasará con los restos de los asesinados y mal enterrados en fosas comunes, que acabarán por ser entregados a los familiares; y de la misma manera un día en este país desaparecerán los símbolos de la dictadura y, así, al fin, podrá darse por cerrada la vieja herida. 

La pretensión de hacer lo mismo que en otros países que han padecido dictaduras y borrar todo vestigio ideológico del valle de los caídos por Franco, recuperar el cuerpo de los asesinados en las cuentas, eliminar símbolos glorificadores de aquella aberración política y demás aspectos siniestros de la dictadura que todavía colean levanta pasionales críticas entre la derecha por “revanchismo”, “revisionismo de la historia” y ganas de “reabrir heridas”, y a menudo se enraízan en la pretensión de que la Guerra Civil fue la consecuencia lógica del desastre de la Segunda República que generó un conflicto entre “hermanos”, entre iguales y que en los dos ambos hubo sufrimiento. Que, en fin, mejor dejar las cosas cómo están. 

Estas teorías críticas son mentira, sin excepción alguna. No hubo una República caótica cuya falta de ley y orden justificase el levantamiento armado. La española no era diferente a las repúblicas francesas, alemana, americanas o a las monarquías constitucionales europeas que a la sazón padecían profundas crisis económicas y políticas. Eran regímenes zarandeados por déficits de todo tipo, sometidos a violencia brutal en la mayor parte de los casos, con amplias capas de población sin trabajo o con remuneraciones que no superaban la mera supervivencia… pero eran democracias. Muy imperfectas a ojos de hoy en día, sin duda alguna, pero democracias al fin y al cabo. A las que pretendían eliminar sus enemigos, los hermanos fascista y comunista. 

Claro que cuando el fascismo provocó la Guerra Civil el comunismo luchó junto a los demócratas a pesar de que su objetivo era acabar con la democracia. Lo cual no da al otro bando ninguna legitimidad. El bando republicano era el demócrata aunque tuviera defensores antidemocráticos. El “nacional” era antidemocrático a pesar de que en su seno hubiera anticomunistas que hubiera podido aceptar la democracia. No hay por tanto igualdad entre los bandos. Uno era el ilegal y antidemocrático. El otro, legal y democrático. 

También es mentira que el conflicto entre “hermanos” produjera desastres por igual. No existe ninguna universidad del mundo – repito: ninguna- que dé pábulo a la tesis ultraderechista según la cual huboa semejante cantidad de violencia ilegal en los dos bandos y que son ambas comparables. En absoluto. Por mucho que se magnifiquen asesinatos, persecuciones y demás represalias extra judiciales en el sector republicano -que las hubo, sin duda alguna - ni por asomo se acercan a la organización de violencia política cuyo objetivo era la aniquilación del adversario ideológico que se estableció en el bando “nacional”. No hay parangón posible. 

Tampoco es verdad que ambos bandos tuvieron asesinados y desaparecidos por igual. El Gobierno de Franco ya en 1939 creó desde el ministerio de Justicia la Causa General contra el Dominio Rojo por la que se judicializó la persecución de los adversarios ideológicos y que tuvo en la restitución a los familiares de los restos de los “buenos” muertos una de sus claves, pues se convirtió en el martirologio del franquismo sobre el que se edificó la supuesta legitimidad de la aniquilación de los enemigos del régimen dictatorial. A la exhumación de los cuerpos de los asesinados por los republicanos se dedicaron ingentes cantidades de dinero público y se convirtió en el epígono de la “cruzada”, y se les dedicó un libro, lleno de fotos de los cadáveres recuperados, que pretendía dejar clara la perversa condición del "dominio rojo". Los otros muertos y desaparecidos -que fueron muchísimos más y víctimas de una decisión política de un Estado que los quiso aniquilados, lo cual no concurría al contrario- siguen en las cuentas. Así que para nada hay paralelismo entre la recuperación y reparación simbólica entre los asesinados por un bando y otro. 

Sí, es verdad que ahora Sánchez -sobre todo si convoca a urnas - volverá a cabalgar sobre el valle de la momia por interés partidista, pero que esto sea criticable no resta ni un ápice de realidad a la evidencia que la dictadura franquista fue, como todas las demás – sean de derechas como ella o de izquierdas como las comunistas - una infamia. Y al contrario que las otras, fue "nuestra" infamia cuyos coletazos todavía padecemos.