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Según el gobierno nacional, enseguida que haya un nuevo ejecutivo en Barcelona quedará sin efecto el artículo 155 y la Generalidad catalana volverá a estar en manos de los independentistas. Formalmente. Porque de hecho no ha dejado de estarlo ni un segundo desde que se activó supuestamente la famosa intervención. Cierto es que no está en manos de Fuigdemont y compañía, pero sí en las de sus segundos y terceros de a bordo que han seguido marcando el rumbo. Es inevitable preguntarse si tanto escándalo habrá servido para algo. Todo el mundo conoce la respuesta. Entonces, ¿a qué vino? Ahí ya las variantes interpretativos se acumulan, pero va abriéndose camino cada vez con más intensidad la opción de pensar que a lo único que han podido llegar Rajoy, Borbón, Sánchez, Rivera, los generales y el Íbex ha sido a intentar convencer a la España profunda de que han hecho algo intenso e importante, aunque la pretensión quedará en evidencia cuando, dentro de unos meses, se pueda analizar fríamente todo lo acontecido. Debe ser demoledor para los unionistas ver como meter en la cárcel a unos y que se fuguen los otros no habrá conducido a nada más que a su sustitución por otros tan o más independentistas de la vía unilateral que pondrán en práctica cuando crean oportuno, porque el Estado ha sido incapaz de volver atrás ni uno solo de los vectores de actuación separatista que condujeron al escarceo de octubre, claramente usado por el secesionismo a modo de test. Ahora ya saben qué hacer y qué no la próxima vez. El Estado, por su lado, está de los nervios sin saber qué hará ni cuándo el independentismo. La conclusión lógica de todo este episodio la ha dado el PNV. Que ha recomendado a Madrid que si quiere mantener la formal unidad nacional reconozca, vía reforma de la Constitución, una especie de confederación ibérica, con tres naciones –España, Cataluña y País Vasco- en pie de igualdad. Dado que el Estado ha demostrado ser incapaz de rectificar la no existencia de España en Cataluña, igual que pasa en las Vascongadas, lo de la confederación se barrunta como la única salida airosa. Aunque sea el preludio de una futura separación entre las tres naciones, algo que al menos de esta forma se aplazará hasta un futuro en el que ya no quedará en activo ninguno de los políticos de ahora. Y a los que les toque –pensarán Rajoy y compañía-, que apechuguen.