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Cuando los independentistas catalanes aprobaron en el Parlamento del Principado la aberración antidemocrática de la convocatoria del referéndum perdieron toda razón que pudieran tener. Y la tenían, en origen. Porque las excusas de Mariano Rajoy para no permitirles la consulta fueron y son simple y llanamente mentira: la Constitución no prohíbe en ninguno de sus artículos un referéndum consultivo en una región para que sus habitantes opinen sobre lo que se quiera preguntarles. Podría haberse pedido a los catalanes sobre si quieren ser o no independientes. Pero Madrid sigue estando enfermo de los tiempos en que no se ponía el sol en su imperio. No quiso hacerlo. Rajoy no es David Cameron, ni el PP el Partido Conservador y Unionista (que este es su nombre oficial) británico ni el Reino Unido es el triste reino español. Si nuestra realidad fuera homologable a la democracia de allí, Rajoy hubiera asumido lo que explicó el primer ministro ante los Comunes: “puedo no aceptar el referéndum (escocés) porque es ilegal pero la democracia está por encima de las leyes”. A ver si en Madrid aprenden qué es democracia. No obstante esta evidencia, que Madrid no tenga razón no se la da a Barcelona. Y en el momento en que en ésta se produjo la aberración de convocar el referéndum sin ninguna de las tres garantías esenciales previas que avalan una consulta democrática –censo público conocido con suficiente antelación para ser rectificado si fuera el caso, reconocimiento de la capacidad de convocar la consulta por parte de todas las fuerzas políticas del territorio y control judicial de todo el proceso- el gobierno de Rajoy obtuvo la victoria para sus tesis. Todo un regalo de los separatistas. Lo único que tenía que hacer era mostrarse frío y cerebral, dejar hacer el espectáculo a los secesionistas y actuar en consecuencia a partir del 2 de octubre, con la dureza legal que quisiera pero con tranquilidad. Sin embargo lo ha hecho al revés. Nadie sabe exactamente qué fue ni cómo, aunque se puede sospechar, pero pocos días después de la aprobación del referéndum algo pasó en Madrid. El PSOE mudó de atacar al gobierno a apoyarlo y Rajoy dejó atrás sus respuestas proporcionales para desproporcionar la contestación del Estado. Y así vino el gran, enorme regalo a los soberanistas: políticos en sus despachos detenidos por la política que llevan a cabo –una imagen terrible en una democracia, que no se ha producido en ningún otro país europeo, ni en Estados Unidos, ni en Canadá...-, movilización de un ejército de policías para ocupar las calles de Cataluña, despojamiento a la Generalidad del control de su policía por decisión gubernativa, ataques cibernéticos, propagación de argumentarios al estilo de las consignas de las dictaduras contra los disidentes… Sí, los independentistas mienten, usan TV3 a su antojo… pero cuidado: en una disputa el que tiene mayor poder es siempre el que es más responsable –sea cuál sea el origen de la discusión-, el que debe evitar los males mayores y quien, de no hacerlo, es el culpable principal de las consecuencias: no debería olvidarse. Se ha equivocado Madrid al imponer la mano dura, por mucho que esto haga aplaudir a todos los medios de la capital con la excepción de los dos digitales izquierdistas que existen y de la televisión del cutre espectáculo pseudo izquierdista, por supuesto. Se ha equivocado porque de esta manera Rajoy ha dado la comunión certificadora de la profunda división irremediable entre el independentismo –nacionalista y no nacionalista- y el constitucionalismo en Cataluña. Ha roto los puentes. Y lo que es peor para España. Es lo que esperaban, deseaban, anhelaban con desespero los separatistas que hiciera. De esta manera la Cataluña secesionista ha ganado la batalla de la imagen internacional y aunque pierda la batalla del referéndum habrá generado una acumulación de fuerzas, vía la absurda y estúpida reacción del Estado central, que políticamente fortalecerá como nunca al independentismo que se verá dispuesto a plantear el segundo asalto en un futuro -ya lo preparan- no muy lejano con, entonces sí, alta probabilidades de éxito final.