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Da la sensación de que en Madrid se confunden de objetivo. Si quisieran asegurar la unidad de España para el futuro deberían plantear algo más que la decisión de impedir el referéndum secesionista catalán. Supongamos que en efecto lo abortan. Bien, vale, ya está: ¿y el día después? ¿Acaso creen que el problema político, enorme, se habrá solucionado? Hay que ser muy zopenco para suponerlo.

El independentismo catalán ha desbordado estos últimos cinco años los pequeños recipientes sociológicos en los que tradicionalmente cabía, e incluso le sobraba espacio. Ahora el separatismo es transversal ideológica, política, lingüística, cultural, social y económicamente. Lo hay de izquierdas y derechas, de nacionalista y no nacionalista -por raro que parezca, ilustres secesionistas lo son sin pasar por la fase nacionalista-, de activistas políticos y de activistas -si acaso- del pasotismo, de catalanohablantes y castellanoparlantes -por mucho que éstos, es verdad, sean minoría, pero existen-, de nacidos en Cataluña y en España así como en países extranjeros, y, sobre todo, abrazan el independentismo desde los señoritos de alta condición hasta los hijos de los barrios más deprimidos. Con estas características del movimiento, que trasciende, y por mucho, a los dirigentes de los partidos y asociaciones separatistas, es de una ingenuidad rayana en la idiotez fantasear con que impidiendo el referéndum ya está todo hecho.

Se evitará la consulta, puede que sí, pero acto seguido se tendrá una convocatoria de elecciones en clave, de nuevo, España o independencia. ¿Saben ustedes quiénes van a ganar, verdad? Pues eso. Estaremos en las mismas. Con el añadido, nada baladí, que durante la primera -la presente- fase de la separación, el separatismo habrá conseguido una complicidad internacional nada desdeñable, no sólo, aunque también, por lo que supone el editorial de The New York Times del otro día, sino, sobre todo, por esas puertas que discretamente se abren a los embajadores de Barcelona en Londres, Roma, Moscú, Washington... Sí, no son reuniones oficiales, y desde luego no con primeros espadas diplomáticos. Pero existen.

En cinco años, sólo cinco, el independentismo ha conseguido que en todas las capitales del mundo se sepa que la mayoría de catalane -según recoge la representación parlamentaria del Principado- quieren separarse de esa España que no les quiere dejar votar democráticamente sobre si quieren seguir siendo españoles o no. Sí, ya, desde aquí muchos discuten ese derecho a votar tal cosa, pero lo cierto es que ahí afuera así lo creen.

Y ante este panorama, ¿de veras alguien se puede creer que impidiendo el referéndum se termina el problema?