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Hace un año eso que llamamos Madrid, o sea el gobierno central, mantenía fuera de todo trato de normalidad al gobierno de Barcelona, el autonómico catalán. No lo decía, pero lo trataba como si fuera un apestado. No quería con él trato alguno que no fuera para recibir su rendición incondicional. Por su lado, Barcelona no quería contacto con el pérfido ejecutivo mesetario que no fuese para que éste le subvencionara la separación de España. Un año después las cosas han cambiado. Madrid ha dejado atrás su cerrazón y ha empezado a hablar con esa perversa Barcelona. Incluso ha enviado a ella a su vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, a poner despacho en la delegación de su gobierno en la Ciudad Condal y abrir conferencias discretas con todo el mundo de por allí. En el otro lado, Barcelona se ha olvidado de su formal declaración de hace un año que rechazaba cualquier referéndum y aseguraba que la independencia se tomaría unilateralmente antes del 30 de junio de 2017. Ahora acepta la posibilidad del referéndum para septiembre de ese mismo. Es un cambio muy importante. ¿Estamos ante el camino que conduce al acuerdo? Quién sabe. Pero desde luego no estamos igual que hace un año. No son pocos los que creen que el gobierno catalán, o al menos una parte, busca alargar y alargar el famoso “proceso” hasta que se acabe éste por inanición. Da la sensación que Madrid es lo que espera que pase. Que ahora que se ha pasado de la independencia antes del 30 de junio de este año a un referéndum en septiembre, se siga sin celebrar esta consulta –naturalmente dando la culpa al terrible Madrid- y se “amenace” con otra declaración separativa unilateral para 2018, y cuando se acerque la fecha, ya se verá qué excusa se pone y así ir ganando años, desgastándose. No hay que esconder, sin embargo, que Barcelona tiene mal volverse atrás. El órdago ha sido de los morrocotudos y los directivos del separatismo han embarcado a muchos cientos de miles de persones que no son activistas y que en caso de acuerdo para quedarse en España se sentirían, con toda la razón, engañados profundamente. Lo cual implicaría para los restos de CDC y para ERC una posición muy incómoda en el mejor de los casos y terriblemente erosiva en el peor, y a esto sin contar con que puede que sea lo que las CUP deseen para quedarse luego la bandera separatista en exclusiva. Ya se irá viendo qué ocurre, pero a punto de acabar este año está claro que el 2016 ha significado movimiento en las dos posiciones que a finales de 2015 estaban completamente fijas y que parecían inamovibles.