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Vivimos del turismo de masas. No del selecto, refinado y escaso que descubrió las exóticas Baleares en el último tercio del siglo XIX o en el primero del XX. Sino del masivo y popular que a partir de los 50 empezó a gozar de las vacaciones pagadas, de los sucesores de aquellos primeros franceses que arribaron a Alcudia con el Club Mediterranée –mayorista galo de vacaciones creado en marzo de 1950- y que a velocidad de vértigo tuvo imitadores que de otros países nos trajeron turistas a millones. Aquel fenómeno cambió nuestras vidas. A infinitamente mejor. Los anti turismo, los que pintan el centro de Palma con proclamas contra los visitantes, deberían saber que hasta 1953 partía de Palma un barco que hacía la ruta regular con Caracas, el último rastro de la emigración isleña hacia Latinoamérica. Y que aun en los sesenta todavía muchos baleáricos, al igual que los agricultores andaluces y extremeños, emigraron a Alemania, Suecia, Francia… -y algunos nunca volvieron- buscando lo que su tierra no podía darles. Así que estar en contra de una actividad económica que en escaso medio siglo ha cambiado tanto y para tan bien las Balearse es una insensatez. Sin embargo no puede obviarse que nuestro modelo turístico está dando síntomas inquietantes. Veamos qué dice al respecto de cómo nos han ido los últimos 15 años la Fundación Impulsa, dirigida por el economista Antoni Riera: “En el año 2000, la renta per cápita de Baleares a precios constantes era de 28.163 euros mientras que la de un europeo era de 22.912. Y en estos años, Balears ha perdido un 18,3% de renta per cápita, para situarse en los 22.997 euros. Así, todavía queda por encima de la media española, de 22.333 euros, pero se ha quedado por debajo de la europea, que con un crecimiento del 13,4% (…) se ha quedado en 25.977 euros. Más concretamente, de 2000 a 2007 el PIB per cápita balear a precios constantes descendió un 6,4% mientras que en España aumentó un 14,2% y en Europa un 14,3% (a precios corrientes la renta per cápita balear aumentó durante este periodo). Este hecho explica que Baleares perdiera la posición privilegiada de la que gozaba cuando entró el nuevo milenio. Entonces las Islas superaban en más de un 20% el bienestar de un español medio. Pero este diferencial se ha dilapidado: si en el año 2000 Baleares superaba en 6.491 euros la renta per cápita media española, en 2014 solo la superaba en 664”. Dicho de otra manera: Cada año batimos récords en cuanto al número de turistas que llegan pero la riqueza general, de todos, del conjunto social, disminuye; el trabajo es cada vez de menos calidad, por menos tiempo y en condiciones peores en su conjunto; los sueldos tienden a la baja y esta temporada alta para evitar subirlos incluso se han importado miles de trabajadores de la Península;  de la formación ya nadie se acuerda y, en resumen, la competitividad y rentabilización social del negocio turístico está disminuyendo. Para más preocupación, el modelo de explotación requiere, por la creciente cantidad de turistas, de un gasto en recursos naturales que aumenta en progresión geométrica. Como el agua, tan en boga estos días. Sólo un dato: un residente consume de media por día unos 130 litros, mientras que un turista llega a los 440 (datos de un estudio de la UIB dirigido por el geógrafo Ivan Murray). A este ritmo de consumo del visitante, cuyo número crece cada año, las cuentas hídricas pronto no saldrán. Y como con esto, con tantas otras cosas: consumo eléctrico creciendo sin control, 90.000 coches de alquiler colapsando autovías y carreteras… Quizá ha llegado el momento de pararse a pensar un poco en qué hacemos para seguir gozando de los beneficios turísticos. No sea que para que unos pocos se sigan aprovechando del negocio de todos –porque al fin y al cabo vendemos playas, territorio, paisaje, clima… que son de todos-, los muchos, que somos la inmensa mayoría, nos estemos perjudicando. A nosotros mismos y, sobre todo, al futuro de nuestros hijos.