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¿Podría ser Pablo Iglesias el séptimo presidente de la democracia nacida en 1978? No hay que tomárselo a broma. El diario británico The Guardian da verosimilitud a la posibilidad y asevera que no será más que el ejemplo que seguirá en otros países la “nueva” izquierda. Porque, dice, la socialdemocracia, tal y como la hemos conocido, ha muerto o está muriendo. Debido a la complicidad que ha mostrado en las últimas décadas con el capitalismo conservador más salvaje que se ha instalado en el continente tras los rastros desregularizadores de Margaret Thatcher. Es una tesis interesante. Al menos hay que considerarla.

Empezando esta campaña electoral, Podemos, un partido creado para participar en las elecciones europeas de ¡sólo hace dos años!, es bendecido por todas las más recientes encuestas, incluida la del CIS, como segunda fuerza nacional en intención de voto y escaños, tres puntos y medio porcentuales por debajo del PP. O sea, entrando ya casi en la zona de empate técnico en cuanto a votos -no así en escaños, porque todavía adolece de una excesiva concentración en territorios “ricos”- con la primera fuerza. Lo cual facultaría a Iglesias para reivindicar, en caso de que los augures demoscópicos se cumplan en la realidad el 26 de junio, su derecho a ser investido presidente del Gobierno.

Para conseguirlo por supuesto requeriría del voto de los escaños del PSOE. ¿Los tendría? A bote pronto se descarta. Los más conspicuos observadores consideran que no puede ser. Que los socialistas permitirían que el PP siguiese gobernando, de una forma u otra.

Bien, todo puede ser. Pero analicemos con asepsia la posibilidad. ¿Qué ganaría el PSOE dejando gobernar al PP? España no es Alemania, ni el PS germánico es nuestro Partido Socialista. Aquí se “es” de PP o PSOE, al igual que del Madrid o Barcelona. Si Susana Díaz y Felipe González, con perdón por la redundancia, impusiesen la abstención para que los conservadores se mantuvieran en el gobierno, los que todavía “son” del PSOE le huirían con casi total certeza y por ende es razonable pensar que el futuro socialista se asemejaría mucho a la nada. El mismo destino sin duda le aguardaría en caso de aceptar sillas por presidencia, o sea un pacto con Podemos. Sin embargo, si dejara gobernar en minoría a Iglesias, es decir: dándole la investidura pero sin acuerdo mediante, Podemos se encontraría, pasados los primeros meses de vino y rosas, ante problemas de magnitud bíblica, y el PSOE podría reivindicar su fuerza política -de hecho sería el partido que tendría al Gobierno en su mano- y así al menos tener la esperanza de recuperarse.

A ojos ajenos parece claro que esta última opción es la que, llegado el caso, más le convendría al PSOE desde el punto de vista de su interés en sobrevivir. Si bien hay que reconocer que es verdad que para que se concretase debería tener un liderazgo fuerte, con cabeza fría y asumiendo con humildad su condición. Así que por tanto se entiende que muchos den por imposible esta alternativa.

No obstante, ahí está.