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Algunos dicen que esto es un desastre. Porque “no hay gobierno”. Hombre, a ver, haberlo, lo hay. En funciones, pero lo hay. O sea, que no puede impulsar proyectos de ley, ni aprobar decretos... meramente se ha de dedicar a lo que se llama el “día a día”, a gestionar cada departamento para que todo lo existente funcione -de ahí “en funciones”- pero sin sumarle ni restarle nada más. Claro que nuestro ejecutivo conservador es tan chulo que entiende que estar en funciones supone dar su apoyo a la vergüenza asquerosa del pacto de la Unió Europea con Turquía. Lo cual es muy dudoso que sea mera decisión sin importancia, para seguir funcionando, que nada añada o reste. Tampoco se comprende que Rajoy y sus chicos digan que ellos no tienen que dar explicaciones al Parlamento. Qué feo queda. A ver si nos limpiamos la boca. Que eso, ni en broma. Cómo no va a tener que dar cuentas. Otra cosa es, que lo es, que la izquierda se aproveche de que no hay previsiones legales al respecto y exagere la nota todo lo que pueda -y a fe que puede mucho- para forzar situaciones tan esperpénticas como ésta. Pero lo más reseñable de estar supuestamente “sin gobierno” es la felicidad que se palpa en las calles. Dicen que Bélgica estuvo en esta situación unos 500 días y los ciudadanos nunca fueron tan felices. Se entiende. En España vamos por los 145 -desde que se convocó a urnas, 54 días antes de abrirlas- y esto está la mar de bien, oigan: no legislan, no nos suben impuestos, da igual lo que digan... ¿acaso alguien recuerda una tan larga temporada de felicidad política?