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Puede que Pedro Sánchez consiga llegar a la presidencia del gobierno. Su alambicada forma de negociar, o más bien hacer cómo si, tal vez le surta efecto. Sin embargo mucho me temo que su partido no va a obtener rédito alguno. Demostrar tan a las claras que no tiene más ideología que cuatro frases hechas, producto de algún aspirante a gurú propagandístico, y echar mano de obviedades vacías de contenido como la parte substancial de lo que se supone es su discurso político puede ser bueno para él, pero no para el PSOE. Es verdad que vivimos en tiempos de la democracia televisiva, más insubstancial que nunca. Cuidado, no por todo: en Estados Unidos, Italia, España...sí; pero no, al menos no de momento, en Francia, Alemania... Nosotros nos hemos entregado en cuerpo (electoral) y alma (política) a la vacuidad de los platós televisivos. Lo único que importa es en ellos relucir. Para conseguirlo hay que ser guapo y hablar mucho sin decir nada. Es el gran éxito de nuestra sociedad: antes sólo servía para las mujeres, lo de ser guapa y no hilar una frase inteligente, ahora también para los hombres. Es un gran avance, no puede dudarse, para la igualdad de género y génera guapo y guapa. Pero reducir la política a cuestión de guapura y evitar proyectar bien a posta ideas para proferir en su lugar sólo eslóganes no sirve para regenerar un partido. Que esto es el problema y reto que tiene planteado el PSOE. De hecho, recuérdese que el primer cerebro vacío a su frente fue el de Zapatero, y así le fue. Da la sensación de que a Sánchez le importa un rábano el destino del PSOE. No puede ser que sea tan tonto como aparenta, que no tenga más ideas que las que pueda desarrollar a través de twitter o que la única coherencia política que conozca sea no tener ninguna en ningún momento. No es posible ser tan poca cosa y liderar un partido político. La única explicación plausible es que no le interesa el sino del PSOE, sino que lo único que le atañe -a él y a su guardia de corps- es obtener la presidencia con quién y cómo sea para no ser devorado por los monstruos que en forma de compañeros esperan el festín. El espectáculo es deprimente. Pero es lo que hay. Y las cosas no van a cambiar a mejor. En este país siempre que mudan es para empeorar. Hay que ser optimistas, empero, crece la televisión de pago y el consumo a la carta por internet: lo último que se pierde es la esperanza.