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Los últimos episodios de curas acusados de delitos sexuales han provocado una amplia polémica en Mallorca. Han transcurrido ya un par de semanas del inicio del asunto y a medida que se tranquiliza el ambiente va quedando claro que todavía existe en esta isla mucha gente que protege, cubre o defiende al supuesto delincuente y ataca, critica o menosprecia a la posible víctima. Para adoptar esta actitud, completamente irracional, se sirven de tres instrumentos de autojustificación. El primero es que las acusaciones “se hacen ahora” tras “tantos años”. Sí, porque es que resulta que en este tipo de víctimas lo normal es eso. Esperar la denuncia inmediata de un menor es no tener ni idea de cómo funciona la psicología en tempranas edades. Recuerdo un reportaje de una televisión norteamericana que destapó el enorme escándalo social y político por los abusos masivos a menores de edad en colegios, iglesias y centros católicos de los Estados Unidos. Como consecuencia del cual, por cierto, el obispo de Boston reconoció el problema y se comenzó a poder combatirlo, no solo allí sino también en Europa. Bien, pues en aquel reportaje todas las víctimas eran personas adultas que denunciaban abusos cometidos hacía doce, quince, veinte e incluso más años. Naturalmente los que protegían a los pederastas decían exactamente igual que ahora en nuestra isla: que por qué tan tardíamente y no cuando ocurrieron los hechos, a ver si no se estarán vengando a saber por qué razón, no nos fiemos que no son trigo limpio, el buen cristiano perdona, un mal no quita otro mal... El segundo de los argumentos defensores se basa siempre en la intachable condición del agresor porque sí, porque trabaja de lo que trabaja. También en Estados Unidos se movilizaron muchos miles de personas a favor de los pederastas porque era, en opinión de los píos manifestantes, “imposible” que curas hubieran hecho aquello de lo que se les acusaba, dado que eran personas intachables porque sí. Mismamente lo que ha ocurrido en Mallorca. En tercer lugar se arguye la famosa presunción de inocencia. Es muy curioso. Si el lector observa cuando se saca a colación esta garantía jurídica no es cuando hay un delito de otra naturaleza, ni siquiera cuando se trata de un asesinato de los digamos “normales”, en cuyo caso a pesar de que se publica foto y vida y milagros del acusado jamás ningún político ni cura ha salido en público a reclamar la que ellos consideran “presunción de inocencia”. Sin embargo les acusan a uno de los suyos e ipso facto surgen un montón de ellos reclamando la tan manida reserva. Esta doble vara de medir dice mucho de su condición moral, tan baja. Pero es que, además, es mentira que se esté conculcando el derecho susodicho. El cual, imprescindible en toda democracia, exige que la parte acusatoria sea la que pruebe la culpabilidad, y por tanto cualquier acusado sigue siendo inocente hasta que un tribunal lo condena, pero de ningún modo prohíbe informar sobre que alguien haya sido acusado de tal o cual posible delito. Lo contrario es una tontería interesada que solamente defienden los políticos y curas que quieren proteger corruptos y pederastas. Finamente, en el caso particular del que fue prior de Lluc y de la Real se dan otras dos motivaciones para su defensa. La económica y la ideológica. La primera es la que perpetran los que hacen negocio de él, y el hecho de que escondan su condición mercenaria retrata la cobardía y malicia que les es propia. Los que lo defienden por conexión ideológica no pueden dar pábulo a que un nacionalista y catalanista sea acusado de tal cosa. Se comprende el acto reflejo en defensa de un excelso miembro de la tribu, pero es triste observar que tras la primera reacción, excusable, tanta gente insista en aplicar aquello de “a los míos con razón o sin ella” y en rechazar la prudencia, la lógica, el sentido común y... la confesión.