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El presidente del Vaticano, el argentino Jorge Mario Bergoglio, ha entrado a saco en el debate sobre libertad de expresión y religión, a cuenta de los atentados de París. Según el jefe del catolicismo la primera no puede incluir la ofensa. “Tenemos la obligación de tener esa libertad, pero sin ofender”, dijo a los periodistas. Y añadió: “No se puede hacer burla de la fe de los demás, la libertad de expresión tiene límites”. Estamos ante un ejemplo muy claro de fundamentalismo religioso. Como cualquier imán, el jefe del Vaticano no entiende la separación entre creencias extraterrenales, que pertenecen al ámbito estricto de la intimidad del individuo, y la ley democrática, que afecta a todos los residentes en un mismo estado al margen de creencias de ese tipo que se tengan, si es que se tiene alguna. Lo que dice Bergoglio ya lo han dicho no pocos excelsos representantes de la ultra derecha española y algunos de la derecha que aceptan la democracia pero a regañadientes. Todos, al igual que el argentino, pretenden que la libertad de expresión se mutile en nombre de posibles ofensas a la religión de cada cual. Pues no. En una democracia no debe existir tal límite. Es cierto que en España, por no poner ejemplos ajenos, el artículo 525 del Código Penal sigue castigando la ofensa a las religiones. Para que luego digan de los radicales islámicos. Es verdad, existe, y la última vez que la ultra derecha quiso ponerlo en práctica fue contra el cómico, o algo así, Leo Bassi, en el año 2006. Este hombre al parecer se dedica profesionalmente a ofender a la gente de derechas. Lo cual me parece una muy triste manera de ganarse la vida. Como talmente me parecería quien lo hiciera con la de izquierda. O, simplemente, con la gente, sin más. Pero que sea un zafio mal actor no le convierte en un delincuente, ni aunque ofenda a algunos seguidores de determinadas creencias extraterrenales. En su caso, el juez encargado de tramitar la denuncia observó que dado que nuestro país es una democracia no había lugar a nada contra el tal Bassi porque le amparaba la libertad de expresión. Doy gracias al dios que no existe por vivir en un país así. Más me gustaría, sin embargo, que ese funesto artículo del Código Penal desapareciese, no sea que alguien caiga en manos de un juez algo fachita y le cargue con “penas de ocho a doce meses” por escarnecer cualquier religión o, también, que eso igualmente lo tiene previsto el articulito, por “hacer escarnio, de palabra o por escrito, de quienes no profesan religión o creencia alguna”. Esto es como lo de los malos árbitros de fútbol. Que tras darse cuenta de haber cometido un error que perjudica a un equipo, van y pitan algo contra el otro para compensar. Ese vacuo intento de compensación para con los a dios gracias ateos connota que lo mejor que podría hacer el legislador con el dichoso artículo es borrarlo del Código Penal. Y a Bergoglio, que alguien le dé alguna lección de democracia, que no parece entender en qué consiste.