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Todo el triste y a la vez irritante episodio de la infección con el virus de Ébola de la ayudante de enfermería de Madrid deja en evidencia la cutrez de España. No por la pobre mujer, por supuesto. Porque aunque se equivocara o a pesar de que no siguiera el protocolo de seguridad no es ella la cuestión. En absoluto. Lo que es ruidosamente relevante es el papelillo del gobierno en todo este asunto, que ha colocado, una vez más, nuestro país en los medios de comunicación internacionales como sinónimo de incapacidad. Es decir, Marca España en estado puro. Los graves errores del gobierno del PP se iniciaron con la repatriación de los dos religiosos condenados a muerte por el virus. ¿Por qué los trajeron? Nunca lo explicaron. ¿Hubiera hecho igual el PP de tratarse de cooperante no vaticanistas, de, pongamos por caso, profesionales sanitarios de Médicos Sin Fronteras? Lo dudo. El muy religioso gobierno del PP, ¿qué tipo de petición atendió con esas repatriaciones? Nunca tendremos la certeza, pero todos lo sabemos. En Europa miraban con desconcierto el desparpajo español. No lo entendían. Pero y qué. Ellos no saben lo que nosotros sabemos: novios-de-la-muerte, con-dos-cojones y tal y cual. Si el gobierno de Estados Unidos se llevaba a su país a un par de infectados en África, cómo no íbamos a hacer nosotros lo mismo. Por favor. Las cancillerías de la Unión se encomendaban a sus dioses ante la desfachatez mesetaria, no en vano en nuestro país, al contrario que en EE.UU., Alemania y demás que han repatriado enfermos, tienen hospitales -en Norteamérica diez, nada menos- de máximo nivel de “seguridad biológica”. Aquí ninguno. Pero qué nos importaba a nosotros. Además, el gobierno de Rajoy lo dejó claro: los protocolos de seguridad eran absolutamente férreos y no habría ninguna filtración. El hecho de que un copiloto de una de las ambulancias, de la caravana que trasladó al primer enfermo al hospital desde Barajas, no llevara la mascarilla, todo agallas españolas él, fue motivo de chascarrillos pero nada más. Cierto: no era necesaria esa protección, pero dado que la imagen que se pretendía ofrecer consistía en esa seguridad peliculera, que alguien se la saltara y no pasase nada da justo tono a la seriedad del protocolo decidido. En la Organización Mundial de la Salud no daban crédito. No en vano recomiendan que jamás, bajo ningún concepto, un paciente infectado con el virus de Ébola sea trasladado. Porque sus expertos explican que es la manera más segura de expandir la terrible enfermedad. Pero eso al gobierno español qué iba a importarle, por dios. Pues eso mismo: un carajo. Siguiendo con el despliegue de alegre desafío al peligro, cuando en Dallas (Texas) se conoció un caso de contagiado llegado de África sin ser controlado, el gobierno federal obligó al estatal no solamente a aislar al sujeto -al que si salva la vida le van a meter en chirona de por ídem, por poner en peligro a sabiendas la seguridad pública-, sino a poner bajo “control oficial” -imagínense ustedes qué debe haber bajo esa expresión- a todo aquella persona -más de 140 individuos- que tuvieron el más mínimo contacto con él. Ese episodio alertó a toda Europa, porque demostró que alguien podía colarse enfermo y crear un caos. A toda, menos a España, claro. Aquí salió muestra magnífica ministra de Ébola para tranquilizar al personal asegurando que aunque alguien entrara enfermo “no puede” ocurrir un contagio. En ese momento la ayudante de enfermería ya estaba infectada. Y para culminar todo esta fabulosa demostración de capacidad política, el lunes por la noche de nuevo refulgía nuestra insuperable Ana Mato, compareciendo para no dar ninguna explicación y a recomendarnos calma. Todos nos pusimos histéricos, claro está. Marca España.