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Ahí es nada. Cuatro años viviendo en una casa del complejo El Pardo, con servicio de seguridad extremo, incluido agentes del CNI -¿qué extraña relación tendrá ella con la seguridad nacional?-, amén de guardias civiles, con reformas de lujo asiático y a todo tren. Esto es España, señores. Paga el pueblo. Y ella es Corinna, nuestra reina real. La otra es solamente la oficial, la de las fotos. La real huye de las instantáneas. O ha huido, más bien, hasta ahora. Porque ahora las atrae. Ha decidido posar. A lo Ava Gardner. Como una estrella. Y es que lo es. Para que el patio sepa lo chula que es. Y además ha hablado, o algo así, dejando en evidencia, al menos, sombras sospechosas en el comportamiento de nuestras instituciones públicas para con ella. Ahí está esa juez que quiere indagarlo, a ver si ha habido ilegalidades. Adelante, sin miedo. Corinna Zu-no-sé-cuantos es tan princesa como yo príncipe. No pasa de ser una arribista, como tantas otras, que usa su guapura y escultural físico para satisfacer el ego de hombres poderosos mucho más viejos que ella que se creen aquello que de quien tuvo retuvo, que levita sobre la realidad inmunda en la que nos emponzoñamos el resto de mortales, a quien la crisis no le suena de nada, que vuela a bordo de jets privados, que lleva pulseras de un par kilos de euros, que se pasea por el mundo como los humanos no lo hacemos ni en nuestra propia casa, que organiza misteriosos eventos para los que son como ella de los que se enriquece… e incluso que, a ratos libres, deja en ridículo a nuestro patético Jefe de Estado. A todo lo cual tiene derecho. No seré yo que se lo niegue. Ahora bien. Que durante cuatro años en Madrid con su pareja de hecho, Borbón, su residencia nos haya costado dinero a los ciudadanos, pues por ahí no hay que pasar. Ya, ya sé que esto es España y que cosas así en sitios normales es imposible que puedan pasar pero que hay que aceptar que este cutre país es lo que es y que no da más de sí. Pero, hombre, digo yo que alguna dignidad debe quedar. ¿O no?