TW
0

El caso Urdangarín ha puesto a la monarquía de Juan Carlos bajo la mayor erosión recibida en la corta historia de esta dinastía. Sí, corta. Porque la corona de este Borbón no hunde sus raíces en la tradición dinástica histórica borbónica. No, porque cuando él asumió el trono, su padre, depositario de la legitimidad dinástica, no había renunciado todavía a sus derechos hereditarios. Juan Carlos es rey de España porque lo decidió el dictador Francisco Franco y en 1975 así quedó concretado, contra, lógicamente, la opinión y deseo de Juan, el legítimo heredero de la corona. Si uno era legítimo el otro no podía serlo. Después, cierto es, Juan renunció –ni así se empaña la invención de la monarquía por parte de Franco y allende la discutible legitimidad histórica de tal institución- y hay que reconocer que la monarquía de Juan Carlos fue necesaria en el tránsito de la dictadura a la democracia. Por esa necesidad tantos cerraron los ojos a cambio de que el rey sirviera para aplacar las ansias levantiscas de los de siempre. Y funcionó. No obstante los años pasan. Y hoy aquellas circunstancias ya no existen. Hoy la monarquía de Juan Carlos es Urdangarín. Nadie puede creerse que todo el caso queda circunscrito a los “negocios particulares” del yerno del rey. Como si la esposa de éste no se hubiera beneficiado de nada, ni supiera nada a pesar de sus cargos empresariales. El escándalo demuestra que ya no tiene ningún sentido la monarquía de Juan Carlos. Pensar que pueda ser hereditaria da escalofríos. Es una institución anacrónica, que en España sirvió en un momento dado pero que ya hace décadas que su momento pasó. Gracias por los servicios prestados, por cierto más que debidamente pagados. Ya es hora que cada cual se las componga cómo pueda. Por un lado la corona, privada y que la pague quien quiera mantenerla en la cabeza de quién sea. Y por otro la república que es la única forma de Estado deseable y legítima en la España democrática de hoy.