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Tras las bambalinas de la llamada Conferencia Internacional de Paz (en realidad el nombre oficial era otro), en San Sebastián el día 17 de octubre, sin duda hay muchas horas de negociaciones a múltiples bandas, por indirectas que hayan sido en algún caso. Nadie se cree que un hombre de la experiencia internacional de Kofi Annan, nada menos que antiguo secretario general de la ONU, venga a España a hablar del fin de ETA sin que lo haya negociado previamente con el gobierno nacional. De la misma forma que indirectamente habrá habido conversaciones entre el ejecutivo y los terroristas -siempre las hay, con este gobierno y con cualquier otro-. Como habrá habido comunicación a través de terceros entre el PP y algunos entornos de ETA: ¿a qué si no esas conversaciones secretas, precisamente publicadas ahora, entre Mariano Rajoy y el presidente del PNV Íñigo Urkullo sobre, vaya por Dios, "el fin de ETA"? Esta vez no parece haber marcha atrás posible. Aunque es cierto que el camino hacia el fin no es lineal y pueden existir meandros sangrientos. Por mucho delirio etarra que transpire aparentemente el comunidado de los "internacionales" reunidos -igualdad entre víctimas y verdugos, mismo nivel para ETA y los gobiernos español y francés, reivindicación implícita del privilegio de secesión unilateral, etc.- nadie se cree que Annan o el exministro de Interior francés Pierre Joxe se presten a esto así como así. Es lícito deducir por tanto que algo en efecto está cambiando en la serpiente y que toda esta escenografía vacía de contenido no es más que su desesperada necesidad de aparentar algo decente ante su parroquia. Digan las tonterías que digan los expertos en crear conspiraciones antiespañolas, los de la ultra derecha y los ultra nacionalistas españolistas, está más cerca que nunca el fin de ETA. Sin nada más a cambio que, aparte de esta ridícula patochada de San Sebastián, "la generosidad de la sociedad española" para con los delincuentes terroristas. Así lo dijo un tal José María Aznar cuando negociaba con ETA. Así será no porque lo dijera él sino porque es el único precio que desde siempre los partidos políticos -incluido por supuesto el PP- han estado dispuestos a pagar.