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Se han cumplido 35 años de la muerte de Franco. Del sórdido dictador de España que encanallado en su trono no dudó durante casi cuarenta años tanto en perseguir demócratas cuanto en empobrecer el país. Murió en su cama, desgraciadamente. De aquello ya hace mucho tiempo. Tanto como que la mayoría del país que lo vivió ni se acuerda, y un buen resto ni siquiera había nacido cuando el repugnante tipo se murió. Sin embargo, la ultraderecha, a través de alguna televisión y de algunos diarios digitales, sigue empeñada en recordarlo y en alterar la verdadera ignominia de aquel régimen que subyugó el país durante casi cuatro décadas. Este revisionismo del franquismo va parejo a la presión para encenagar la convivencia actual. Todo el día descubre pérfidas operaciones para destruir la sacrosanta unidad española, para imponer el catalán, para acabar con el catolicismo y el etcétera conocido. Afortunadamente la inmensa mayor parte de los ciudadanos han dejado atrás para siempre la sordidez franquista, y la de sus retoños actuales.