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Cinco presidentes en apenas tres años. Para un partido que solamente obtuvo tres diputados. Es muestra fehaciente de la debilidad de Unión Mallorquina, el partido que fundó en octubre de 1982 Jeroni Albertí y que Maria Antònia Munar y Miquel Nadal han puesto al borde del precipicio. Su alianza fáctica contra Josep Melià puede acabar el trabajo. La situación del nuevo presidente, elegido por escaso margen y sin mediar congreso, es manifiestamente débil. No se augura nada bueno para el futuro inmediato de UM. Tal vez ya no importe siquiera lo que pasará con este partido. Lo más relevante, visto desde fuera y sin apasionamiento alguno, es constatar, una vez más, cómo los partidos pequeños son reos de la ley no escrita, pero siempre cumplida, según la cual quedan obligados un día u otro a entrar en una espiral cainita sin que se aperciba nadie en su interior que es imposible que alguien gane nada. Es lo que le está ocurriendo a UM ahora. Y esta situación siempre degenera muy tan rápida como difícilmente se puede rehacer. Este partido no da pie con bola desde la borrachera electoral de 2007. Creyó haber “ganado” algo y se negó a ver lo muy cerca que estuvo del desastre. Ha hecho igual que en su día hizo el PSM. Cerrar los ojos a la realidad, hasta que ésta le entró hasta el tuétano. En el caso de los progresistas pasó lo que pasó, y que por cierto todavía está pagando. UM sólo ha hecho empezar el camino que el PSM lleva transitando, de mal en peor, desde hace once años.