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La histórica sentencia contra Donald Trump, al que un juez de Nueva York ha condenado por 34 delitos de falsificación de facturas, cheques y registros contables para ocultar los pagos de 130.000 dólares a la actriz de cine para adultos Stormy Daniels para que guardase silencio y no le perjudicara en 2016, cuando optaba a su primer mandato, es sin duda una condena histórica que lo convierte en el primer presidente delincuente de Estados Unidos. Y todo ello, a diez días de que Trump regrese a la Casa Blanca tras arrollar en las elecciones a la demócrata Kamala Harris. La reacción del político ha sido la esperada, ha proclamado su inocencia, a pesar de las pruebas demoledoras en su contra, y ha sostenido que todo obedece a un complot contra él, por intereses políticos. «Ha sido una caza de brujas política. Se hizo para dañar mi reputación para que perdiera las elecciones y obviamente eso no funcionó», mantuvo, desafiante.

Alarma por sus intenciones.

Lo cierto es que la vuelta de Trump al poder, y sobre todo sus últimas declaraciones fuera de tono, han generado incertidumbre a nivel mundial, incluso en países tradicionalmente aliados de los norteamericanos. Canadá podría acercarse a China tras los últimos ataques del futuro presidente y en Dinamarca y el resto de Europa hay indignación por las intenciones de Trump de ocupar Groenlandia. Tampoco es asumible que amague con una posible intervención militar para recuperar el control del Canal de Panamá.

La cuestión ucraniana.

Pero el asunto de mayor calado es la postura que mantendrá con Ucrania y si conseguirá, como ha anunciado de forma reiterada, acabar con la guerra. Es cierto que la sintonía con Putin, cuando fue presidente, era evidente, pero el conflicto está tan estancado que hallar una salida es complicado. Las incógnitas de su mandato son, pues, muchas. Pero ya hay una certeza: es el primer presidente delincuente.