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Hace tiempo que la cultura cayó en el olvido más absoluto para los gestores del Ajuntament de Palma. Su color ha sido lo de menos. Tras una decepcionante gestión durante la Alcaldía del ‘popular’ Mateo Isern –2011 a 2015–, la llegada de la izquierda levantó expectativas entre un sector que agonizaba en plena crisis. Dos legislaturas y ocho años más tarde da la impresión de que nada se ha movido. Seguimos en el mismo punto de partida: el de las promesas. Una larga lista de propuestas no se ha materializado pese a que se ha tenido tiempo más que suficiente para desarrollarlas. Primero, con el regidor Llorenç Carrió y ahora, con Antoni Noguera, que tampoco ha cumplido con la idea de generar una ciudad dotada de «materia gris, verde y cosmopolita», palabras que el concejal de Més ha repetido en todas sus intervenciones.

Pérdida de prestigio.

El actual pacto no ha sabido manejar los recursos para hacer de Palma una capital cultural o al menos intentarlo. La línea de trabajo ha sido continuista –se repiten ciclos y festivales–, si bien es cierto que se ha recuperado Can Balaguer y eventos como el Palma Jazz o el concurso Pop Rock, pese a que apenas han tenido incidencia y calado en el sector –no es su propósito–. En este sentido, el Casal Solleric se ha convertido en un espacio invisible y las polémicas en torno a los Premis Ciutat de Palma han manchado su reputación. Sin ir más lejos, el galardón de Gastronomía ha quedado desierto en dos de sus tres convocatorias.

Proyectos que son papel mojado.

Dos de los grandes proyectos del pacto en materia cultural han sido al mismo tiempo sus más sonados fracasos. Por un lado, el Centre d’Art i Creació en la antigua prisión y, sobre todo, el plan que Noguera tenía previsto para el edificio de Gesa y que se ha quedado en papel mojado. Ahora, el candidato ‘popular’ a la Alcaldía, Jaime Martínez, rescata ese proyecto y planea ubicar allí un museo de arte moderno y contemporáneo de renombre internacional. Al menos, la cultura aparece en su agenda.