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El fallecimiento de Mijaíl Gorbachov, último presidente de la Unión Soviética, supone la desaparición de uno de los grandes políticos del siglo pasado cuyo legado marca todavía la senda del mundo actual. Admirado en los países occidentales por su apuesta decidida en favor de la distensión y el fin de la Guerra Fría –sin él no se entiende la caída del Muro de Berlín y la unificación de Alemania–, al final acabó derrotado por el descontento ciudadano cimentado en una crisis económica que llevó a la bancarrota al segundo país más poderoso del mundo.

La transición fallida del comunismo.

El papel político de Gorbachov marcó toda una época desde el mismo momento en el que trató de flexibilizar el régimen comunista de la entonces Unión Soviética; términos como ‘glasnot’ o ‘perestroika’ trataban de abrir una vía en un modelo político y económico fracasado. La guerra de Afganistán fue el punto de inflexión de la nueva orientación del Kremlim, que abría la puerta a la democratización de los países del llamado Telón de Acero y la desmembración de la propia Unión Soviética. Acontecimientos únicos en una suerte de dominó del que ahora se viven las consecuencias y sus repercusiones, como es el caso de la guerra de Ucrania o el recrudecimiento de la tensión de la Rusia actual con Europa y los Estados Unidos.

Un hombre en la historia.

La figura de Mijaíl Gorbachov es imprescindible para analizar el último cuarto de siglo XX en todos los órdenes, en especial si se tiene en cuenta la deriva política –salvo algunas excepciones– de sus sucesores –Yeltsin, Putin y Medvedev– y de los antiguos territorios de la Unión Soviética, convertidas en repúblicas con regímenes alejados de los principios democráticos. El nombre de Gorbachov se une al de Reagan, Thatcher o Kohl mientras en su propio país se resuelve su desaparición con meros formalismos protocolarios. Será el tiempo el que confirmará la trascendencia histórica del personaje.