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Tras siete años sin haberse celebrado, este martes arranca el debate del estado de la nación. El primero que afronta Pedro Sánchez como presidente del Gobierno. Las sucesivas convocatorias electorales que precedieron y sucedieron la moción de censura contra Mariano Rajoy en 2017 y después el estallido de la pandemia han hurtado a los ciudadanía una cita parlamentaria tan necesaria como ineludible. Su ausencia desde 2015 constituía una anomalía democrática y un serio menoscabo al Congreso de los Diputados, institución depositaria de la soberanía popular.

Solidez de los apoyos.

El debate que hoy arranca será todo menos intrascendente. Rebasado el ecuador de la legislatura, servirá para calibrar la solidez del Gobierno de coalición, así como la de los apoyos con los que Sánchez fue investido presidente. También para valorar la consistencia de la oposición. Sobre todo la de un Partido Popular que aspira a ser una alternativa. No obstante, la decisión de los conservadores de no dar la batalla para que Núñez Feijóo pudiera intervenir desde la tribuna de oradores, descafeina en cierto modo el debate. Pese a no ser diputado, estará en el hemiciclo, en el puesto de honor que se reserva al jefe de la oposición, pero no podrá dirigirse a sus señorías. El PP ha concluido –tras consultas informales con letrados de las Cortes– que, al no tener escaño propio, el nuevo presidente del PP no tiene derecho a intervenir en el pleno.

Recetas anticrisis.

Al margen de la recuperación de normalidad democrática y las lecturas políticas que puedan desprenderse del debate, este servirá para conocer cuáles son las recetas de Sánchez para avanzarse a los efectos que la crisis que se barrunta para el próximo otoño pueda tener sobre las economías domésticas. Iniciado un nuevo ciclo electoral, todos se juegan mucho en este debate. Sobre todo el presidente del Gobierno. Es quien más tiene a perder.