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De manera cíclica, y cada vez con más frecuencia, arrecian las críticas por la merma de la calidad del servicio del taxi en Palma acrecentadas este año por la enorme demanda que genera el inicio de la temporada turística. El problema existe y en consecuencia hay que buscarle soluciones, aunque su raíz es muy compleja y responde a una dinámica generada desde hace décadas. Lo que no parece razonable es optar, sin más, por una ampliación indiscriminada de licencias o la flexibilización en su acceso por parte de Cort; tal y como reclaman las patronales. Una cuestión de esta envergadura merece ser abordada con rigor, atendiendo todas las partes –priorizando el servicio público– y modernizando determinados conceptos.

Servicio deficiente.

Durante la temporada turística, la flota de taxis se concentra en los dos puntos de mayor demanda y con más rentabilidad inicial para los profesionales: el aeropuerto de Son Sant Joan y el puerto de Palma. Trayectos largos, mucho equipaje, recorridos turísticos... Un mercado que se gestiona casi en exclusiva, aquí no operan las fórmulas que explotan Uber o Cabify como sí ocurre en otros destinos. De este modo se genera una bolsa cautiva de potenciales clientes, mientras el servicio en la ciudad desaparece en la práctica. Las centrales apenas contestan las llamadas y la demora en cubrir los servicios excede con mucho los tiempos que pueden considerarse razonables.

Recuperar el diálogo.

Como ya se ha advertido las soluciones no son sencillas, pero tampoco tiene sentido darle la espalda al conflicto. Es cuestión de poner todas las propuestas sobre la mesa y flexibilizar posiciones, es absurdo prolongar una situación en la que un servicio público esencial como es el del taxi se deteriore hasta un punto de no retorno. Será entonces cuando se lamentará por parte de todos los implicados el haber llegado tarde.