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Mallorca está de moda en los principales países europeos. Así lo admiten los responsables institucionales y sectores vinculados con la industria turística, una tendencia que viene de años atrás pero que en este ejercicio parece haber tomado un nuevo impulso; una coyuntura exitosa que pone de nuevo en el centro del debate social sus consecuencias. La problemática que se genera en la Isla, y que comparte con el resto del Archipiélago, está alcanzando unos límites insospechados o que, en el mejor de los casos, podrían considerarse superados. La demanda exterior distorsiona el mercado interior, desde la vivienda –disparando los precios inmobiliarios– hasta el laboral –escasez de mano de obra para atender la cifra creciente de visitantes–.

Calmar la demanda

Palma se convertirá en la principal base de cruceros turísticos del Mediterráneo, anoche desembarcaron un millar de vehículos de alquiler para cubrir una demanda disparada, las cifras de tráfico aéreo de pasajeros en Son Sant Joan no dejan de crecer; este año se espera una temporada de récord con llenos en los hoteles y la oferta de alquiler vacacional. El fenómeno se extiende al conjunto de Balears. Frente a este escenario ya se han dado a conocer las primeras voces que alertan de los peligros que entraña el crecimiento exponencial en las cifras de llegada de visitantes, clara advertencia de la existencia de una confrontación social que es preciso resolver cuanto antes.

Un esquema propio

Los beneficios que el turismo ha reportado a Baleares son innegables, quizá por ello es preciso consensuar el marco razonable para garantizar su proyección de futuro; la actual posición de privilegio no debe quedar a merced de circunstancias coyunturales o modas pasajeras. Revertir las consecuencias de determinados errores –basta observar el ejemplo reciente de Venecia– obliga a medidas muy traumáticas.