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Cuando los efectos más dramáticos de la pandemia han cedido, gracias sin duda al efecto de las campañas masivas de vacunación, comienzan a aflorar las consecuencias que ha tenido y todavía tiene entre la población desde el punto de vista anímico. No se trata de percepciones del personal sanitario más o menos acertadas o de encuestas aleatorias; los datos empíricos revelan que un 14 por ciento de la población de Baleares consume en la actualidad medicamentos para combatir la depresión o la ansiedad. El índice es muy elevado y confirma la necesidad de ampliar y mejorar la atención sobre la salud mental. Es uno de los aspectos más olvidados del conjunto de la atención sanitaria tanto pública como privada en nuestro país.

Más recursos.

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Con un porcentaje tan elevado de ciudadanos de las Islas afectado, no puede sorprender que los servicios actuales de salud mental estén desbordados, tal y como queda reflejado en las demoras para la obtención de cita. Estas especialidades han cronificado unas carencias que la pandemia está mostrando de manera descarnada. Es una circunstancia que obliga a las autoridades a adoptar las medidas precisas para corregir esta situación. Y la exigencia sólo podrá materializarse si se dota de los recursos necesarios: en el área de personal y en el aspecto económico.

Efectos prolongados.

La pandemia de la COVID-19, que todavía no puede darse por superada, está teniendo derivaciones más allá de la fase aguda –dramáticas hasta la obtención de las vacunas–. Las semanas de confinamiento, los primeros meses de incertidumbre, los miles de fallecidos, el uso de las mascarillas, el distanciamientos social, la alteración de la vida cotidiana... Todo un cúmulo de factores que han minado el estado de ánimo de buena parte de la población –sólo se conoce la cifra de diagnosticados–, un problema al que no se le puede dar la espalda.