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Pueden considerarse episodios anecdóticos en comparación con el conjunto de la población escolar, pero en pocos días se han conocido dos casos –en Costitx y Llucmajor– de alumnos cuyos padres que se negaban a cumplir con las normas anti COVID. En el primero rehusando ponerse la mascarilla en el centro y en el segundo renunciando directamente a acudir a clase para evitar un eventual contagio, comportamientos inconexos pero que revelan la existencia de un poso de recelo frente al virus en un contexto en el que todavía hay casi doscientas mil personas pendientes de vacunar en las Islas. El tema sugiere una carga emocional que es preciso neutralizar cuanto antes, en especial ampliando los canales de información.

Recuperar la normalidad.

En una pandemia la casuística abarca todas las hipótesis, pero en la de la COVID los avances científicos –logrados con una rapidez inusitada– confirman la eficacia de las medidas de prevención y, por supuesto, las vacunas. En este contexto sorprende que existan quienes nieguen la existencia del virus o, en el extremo opuesto, exacerben sus consecuencias. El debate sigue vivo entre quienes permanecen ajenos a la realidad y se obstinan en dar la espalda al drama humano que ha generado y genera el virus con su miles de víctimas mortales, un colectivo que se contrapone a los que consideran que el mal ya está controlado y ya no hay que mantener ningún tipo de precaución; incluso la de esquivar la vacunación.

Más pedagogía.

Puede resultar sorprendente que todavía haya cientos de miles de ciudadanos de Balears que no se han vacunado, que los vacunódromos tengan que cerrar por falta de demanda cuando la inoculación masiva ha sido la principal barrera para frenar la COVID. Es obvio que falta ampliar la información en todos los frentes, alcanzar hasta el último de los rincones para que no pueda alegarse ignorancia a la hora de rechazar una vacuna.