José Manuel Qucumatz y Packo Jacko, dos ‘gamers’ de la Isla. | M. À. Cañellas

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Si el pezón de Sabrina le dejó estupefacto una remota Nochevieja y si al comer empanadillas le sobreviene, inevitable, la imagen de Móstoles, me temo, querido lector, que la generación millennial le queda algo lejos. Usted es un hijo de la EGB. Y como tal, fijo que se plantaba cada sábado frente al televisor, Mirinda en mano, para sumergirse en el universo fantástico de La bola de cristal. Ay, los ochenta. Aquella década llena de color y cambio en la que muchos nos criamos, un tiempo en el que el mundo de los videojuegos se hizo grande.

En aquellos días en los que nos pirrábamos por el italo dance y los vaqueros Levi’s, Packo Jacko y José Manuel Qucumatz se adentraban, sin saberlo, en un mundo que les atraparía de por vida: el universo gamer. Hablamos de ello para celebrar el Día Mundial del Gamer, hoy 29 de agosto. Todos tenemos un juguete que marcó nuestra infancia. Para unos fue el Scalextric o el Cinexin; para otros un simple balón de fútbol al que le cogimos especial cariño.

Pero para muchos otros el juguete que inspiró su infancia fue su primera consola, o su primer ordenador. Ese ZX Spectrum que le trajeron los Reyes, o esa consola NES que heredó de su hermano mayor y no tardó en hacer suya. Y ni siquiera hacía falta ser un niño para sentirse fascinado por la tecnología.

Las primeras consolas y ordenadores domésticos asombraron por igual a pequeños y mayores. Esa fascinación permanece viva en Packo (45 años, Palma), un ilustrador atrapado en el mundo de los videojuegos desde 1982. José Manuel, su compañero de batallas, un profesional de control sanitario, se inició un año antes «con una maquinita Atari que enchufábamos en la tele de mi abuelo hasta que al final se la petamos».
Ambos acumulan toneladas de recuerdos felices, los mismos, posiblemente, que están grabados en la retina de millones de personas que, como ellos, quedaron prendados de los videojuegos. Hoy, no sólo han evolucionado los juegos, también los hábitos de juego.

«Cuando juego suelo hacerlo online, conectado a otra gente, es más emocionante», desliza Packo. Algo impensable en los remotos 80, cuando cargar un videojuego implicaba una espera de al menos 15 minutos.

«Gamer es alguien que juega a videojuegos, como otros pueden ver series o ir al cine. No me considero un freak porque no me pasó el día frente a la pantalla, de hecho dedico una media de una hora al día a jugar. Por tanto, no creo que ser gamer constituya un ‘estilo de vida’», explica Packo. Por su parte, José Manuel sí le ve un punto freak, «porque con el ritmo de vida trepidante que llevamos, quedar online para jugar es una forma de relacionarme con mis amigos».

Sí hay, en cambio, gente que se pasa el día jugando, gamers profesionales que «juegan todo el rato al mismo juego, es algo enfermizo, me da un poco de pena. Y la verdad es que las estadísticas dicen que en España solo un dos por ciento ganan mucho dinero», subraya Packo. «Estoy con él, yo puedo dedicar dos o tres horas a un mismo juego si es creativo, pero no más, porque al final es siempre lo mismo, muy repetitivo», zanja José Manuel.