Arte, tradición y cuidado al detalle

Magdalena Vidal y Pep Toni Ferrer son cordadors de cadires, custodios y artesanos de una técnica de la que apenas «quedan seis o siete profesionales en toda la Isla»

Pep Toni lleva su profesión trenzada en el ADN, su abuelo era cordador de cadires en Puigpunyent. | P. Pellicer

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La magia irrumpe detrás de una vieja puerta acristalada. Al otro extremo la atmósfera se transforma, se sumerge en un tiempo alejado de la voracidad industrial; un tiempo apegado a lo artesanal y al cuidado por el detalle. En el taller Paumes i Brins se respira tranquilidad y solemnidad, se mastica el silencio. Surgen las ideas y los materiales se transforman en pequeñas obras de arte. Incluso -como en aquella canción de Los Planetas-, puede apreciarse como «han brillado en el aire algunas motas de polvo».

En este apartado punto de es Secar de la Real, Magdalena Vidal y Pep Toni Ferrer le dan una nueva vida a sillas antiguas. Son cordadors de cadires, custodios de una técnica de la que «solo quedan seis o siete profesionales en toda la Isla», advierte Pep Toni. Quien desde hace un par de meses cuenta con la inestimable ayuda de su mujer, que abandonó su trabajo para dedicarse en cuerpo y alma a esta actividad que «me permite organizarme mejor». Sostiene que vivir de la artesanía «tiene cosas buenas y malas, pero las buenas pesan mucho. Estar en casa es muy gratificante, es una inversión de salud», agrega convencida.

Pep Toni la observa mientras asiente con la cabeza, evidenciando una complicidad curtida en años de matrimonio. Se describe como un «purista de lo tradicional», solo así, con esa ‘alma vieja’ como escribió Hemingway en El viejo y el mar, puede uno dedicarse a esta profesión marcada por un dudoso equilibrio entre trabajo y rentabilidad. «Cuando pones precio a tu trabajo sabes que no puedes cobrar lo que realmente cuesta». Ahora es Magdalena quien asiente. «Hacer la cuerda es un trabajo que te lleva una semana entera, y luego el encordado se hace en una mañana», apunta. De ahí que la forma para llegar a final de mes tranquilos sea impartiendo cursos. De ese menester se ocupa desde hace treinta años Pep Toni, «me gusta difundir el oficio para que no desaparezca».

Actualmente cuentan con una veintena de alumnos, «la mayoría vienen para aprender, no quieren dedicarse a esto», explica el cordador. Magdalena agrega que «al principio solo eran mujeres, pero cada vez vienen más hombres, y la media de edad es cada vez más baja».

ADN generacional

Pep Toni lleva su profesión trenzada en el ADN, su abuelo era cordador de cadires en Puigpunyent. Aunque no pudo enseñarle, «yo era muy pequeño y me limitaba a verle trabajar, así fue como me entró el gusanillo». De modo que con tan solo 19 años «aprendí de forma autodidacta».

Sus clientes llegan por el boca a boca, la mayoría traen sillas viejas con el asiento destrozado, y las vuelven a encordar usando palma de garballó (palmito) y bova (enea) que recogen en s’Albufera. Aunque también han trabajado sillas nuevas, prefieren recuperar mobiliario viejo.

«¿Por qué hay que hacer sillas nuevas, por qué consumir más, acaso no es mejor restaurar que comprar», se pregunta Magdalena mientras señala una preciosa sillita. «Era de mi abuela y tiene más de cien años», comenta recordando su infancia.