«Ni me acuerdo cuándo empecé a pedir limosna en la puerta de esta iglesia»

Manuel Castro trabajó durante años en el construcción, pero se quedó sin trabajo y terminando viviendo en la calle

Haga frío o calor, Manué está cada día en la puerta de Sant Miquel.

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Manuel Castro, Manué, es un sevillano que se vino a Mallorca a labrarse un futuro, que trabajó durante años en la construcción, que por una serie de circunstancias se quedó sin trabajo, terminando viviendo en la calle, y al decir viviendo en la calle, decimos buscándose la vida como pudo en ella, durmiendo en ella, unos días aquí, otros en un banco, otros donde le pillara… Hasta que un buen día se puso a pedir en la puerta de la Basílica de Santa Eulalia, de la calle Sant Miquel, por aquellos años solo Parroquia. Y ahí sigue, ahora sentado en un cajón, aguantando calores, fríos y a veces gotas de lluvia, todo por conseguir unas monedas con las que sobrevivir. Afortunadamente, desde hace unos años tiene una casita en Inca, «gracias a una Asociación, que ha sido la que me la ha proporcionado. Dentro de poco se me termina el contrato, que espero que me lo renueven, porque de lo contrario me tendría que ir otra vez a la calle».  Y en esa casa vive con su hija, que no es su hija, «pero como si lo fuera… Vamos, que para mí es mi hija, pasa que si no trabaja es porque no encuentra trabajo, que ella sí quisiera… Por tanto se queda al cuidado de la casa mientras yo me vengo a Palma, en tren, a pedir, y luego por la noche, cuando cierran la iglesia, regreso a Inca. Y así es mi vid».

Una vez me dieron 1.000 euros

Manué, por las horas que está ahí, se entera de muchas cosas. Nos dice, por ejemplo, que en la zona, de un tiempo a esta parte, hay menos delincuencia. Y lo dice porque «antes, cada dos por tres, estaba la policía por aquí, ya que alguien los había llamado. En cambio ahora solo los veo paseando».

También, por pasarse hora ahí, ve si la temporada turística es buena, mala o regular. «Esta Semana Santa ha sido buena, ya que en esta calle no han parado de pasar turistas. Ahora hay un bajón, no se ven tantos, pero dentro de nada por aquí no se podrá dar un paso de la gente que habrá».

También, por lo que le dan, o mejor, por cuánto le dan, distingue de qué nacionalidades son. «Los que más dan son alemanes e ingleses, y los que menos, italianos, españoles, chinos… Pero yo estoy agradecido a todos, pues pienso que cada uno da lo que puede». Luego nos dice que quien más le dio fue una pareja de españoles, a los que no conocía. «Pasaron por delante de mí, me dieron un sobre y se marcharon. Abrí el sobre, eché un vistazo y vi que en él había muchos billetes de 20 y 50 euros. Me levanté y me fui, y en un lugar donde no me veía nadie, los conté. Entre unos y otros había 1.000 euros. Y de verdad, ni idea de quién me los dio».

«Yo he dormido en la calle»

Le pregunto si sabe lo que es una ordenanza cívica, y dice que no, que ni idea. Se lo explico. «¡Ah, bueno…!», responde con indiferencia, como dando a entender que eso no va con él: «Yo me porto bien», dice. Vale, pero, «¿qué opinas -pregunto- de que no se puede acampar en las vías o espacios públicos, tiendas de campaña, ni utilizar bancos y asientos para usos distintos a los que están destinados…? Por lo cual, deduzco, no se puede dormir en los bancos de la calle. Que eso está prohibido, vamos, por tanto ¿qué van a hacer los sin techo que duermen en ellos…? ¿Dónde irán a dormir?».

Son muchas las personas, cada vez más, las que duermen en la calle.

«No sé… ¿Qué no van a poder dormir en los bancos…? Pues no sé qué van a poder hacer, porque, sobre todo en verano, hay muchos que duermen en los bancos de las calles y los parques. Y en invierno también, eh. Ponen y se cubren con mantas. Yo he dormido muchas veces en ellos… ¿Ve los que están ahí enfrente -señala el lugar-, donde el jardincito que rodea la escultura… ¡Pues anda que no he dormido veces ahí! Y es que cuando no tienes nada más, te echas en el primero que encuentras…. Entonces, ¿qué van a hacer…? Porque no hay lugares en lo que pueda dormir esa gente… Están todos llenos, y los que hay, no sé, no sé… Porque cuando estuve en La Placeta me tenía que duchar con las botas, porque si no me las quitaban. Por eso a los dos días me marché de allí».

Por último, nos cuenta que la preocupación que tiene en estos momentos es que le renueven para seguir en la casa donde vive, «ya que me piden el nombre de mis padres, dónde nacieron y en qué año. Yo a las dos primeras cosas, las sé… Pero en qué año nacieron, como ha pasado tanto tiempo, ni me acuerdo. Pero me lo piden y… ¿Pues qué hago…?». Yo, de ti, iría a la ventanilla correspondiente y les diría que no sé en qué año nacieron. Seguro que te resuelven el problema. Hazme caso y ve.

Quedó en que iría. Mientras tanto, ahí sigue, a diario, buscándose la vida.