Las hermandades de Portmany y Palma peregrinan al Rocío

Entre ibicencos y mallorquines fueron 130 los rocieros que caminaron desde Almonte a la aldea

A las nueve de la mañana, caminando, salieron de Almonte para llegar a la ermita del Rocío sobre las seis de la tarde | Foto: Click

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Tal y como les contamos hace unos días, 130 rocieros de las hermandades de Palma y Portmany (Eivisa) peregrinaron a la ermita del Rocío desde Almonte –en la provincia de Huelva–, a donde llegaron, cada uno por su cuenta, en la víspera y durmieron esa noche en la casa que la hermandad palmesana tiene en la aldea. Este camino invernal entre ambas hermandades es la segunda vez que se hace.

Cabe recordar que este pequeño Rocío, igual que la peregrinación que a nivel de todo el país se hace por la fiesta de Pentecostés, está movido por un espíritu religioso. De ahí que en ambos, los rezos, la misa, la visita a la Virgen y la convivencia entre los miembros de las hermandades es lo cotidiano y habitual. En la peregrinación de la primavera hay sin duda más fiesta, es más concurrida y entre los visitantes se ven famosos, pero no deja de predominar la devoción a la Virgen sobre todo lo demás.

Intercambio de medallas

El presidente de los rocieros palmesanos, Sergio David, nos cuenta que salieron de Almonte «o más concretamente de la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción, de dicha localidad, a las nueve de la mañana. Momentos antes, en la puerta de la misma nos habían recibido el vicario parroquial; el presidente de la hermandad matriz, Santiago Padilla, y la fiscal de la misma, Rocío Corona. Fueron ellos quienes nos dieron la salida una vez que el presidente de la Hermandad de San Antonio de Portmany y yo nos intercambiáramos las medallas, lo que significaba que iniciábamos el camino unidos», relata.

«Luego, sin prisas, pero sin apenas pausas, echamos a andar, haciendo una primera parada a las doce del mediodía para, en pleno campo, hacer el rezo del ángelus. Finalizado este, retomamos el camino y seguimos andando hasta las dos de la tarde, en que paramos de nuevo, esta vez para almorzar, también en pleno campo. Para ello habíamos contratado un cátering que nos esperaba en un punto concreto, con sillas y mesas, y la comida y bebida pedida, además de unos camareros. Tras la comida, y una pequeña tertulia que hicimos, afrontamos la tercera etapa, que nos llevó hasta la ermita del Rocío. Allí llegamos sobre las seis de la tarde, entrado en ella al son que marcaba el tamborilero de la Hermandad de San Antonio de Portmany y también de las palmas de los peregrinos. En la ermita, y delante de la Blanca Paloma, rezamos la salve, y una vez finalizada, tras devolvernos la medallas, regresamos a la calle por el pasillo central, nos cuenta.

Hay que decir que coincidiendo el final del camino de las dos hermandades de Balears con la Fiesta de la Luz, la Virgen del Rocío no estaba en su camarín, detrás de la verja, sino sobre el altar. Vamos, que en esa semana peregrina, ni hubo misa ni salto a la verja para sacar a la Virgen en procesión. Simplemente, los peregrinos hicieron el camino solo para visitarla y así, de paso, llevar a cabo un par de jornadas de convivencia entre las hermandades ibicenca y palmesana.