María del Sol padece acondroplasia, enfermedad que le afecta a su crecimiento. | Click

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Hace algo más de una semana, en esta página, Isabel Vivancos nos decía que quería contactar con su hija pequeña, «pues quiero, más que como madre, como amiga, ayudarla». Incluso le transmitía a través del Click, que como ella vivía con una persona mayor a la que cuida, esta no tendría ningún problema para que la hija se fuera a vivir con ellos, entre otras cosas porque la conocía. La hija a la que buscaba, que se llama María del Sol, durante un año, según nos contó, vivía en un coche, pues no tenía casa. Pero ahora, según le habían dicho, tenía un techo y un trabajo.

Isabel, según relató la pasada semana, al no poder mantener a sus tres hijos, Menores se los quitó. Con el paso del tiempo, los tres fueron adoptados por otras tantas familias. De la mayor, que se casó y que tiene dos hijos, no sabe nada. Es más, ni conoce a los pequeños, sus nietos. Del chico tampoco tiene noticias. En cambio, a la pequeña la ha visto varias veces… Incluso sabe que vivía en un coche. Pero como ahora desconoce su domicilio, es por lo que la busca, para estar con ella, «más que como madre –deja otra vez claro– como amiga». El pasado sábado, nos reunimos con María del Sol, gracias a su hermana, que tres días antes había contactado con nosotros, y que nos dijo que no quería saber nada de su madre.

«Que sea feliz, pero lejos de mí»

Con la joven quedamos en la puerta del Mercadona, a las 17,30 horas. Y a esa hora, en punto, apareció. Es una joven guapa, con el pelo corto, que viste de negro y que mide, según nos dijo, menos de 1,15 metros. Lo de la estatura es porque padece acondroplasia, una enfermedad que actúa en contra del crecimiento de las personas. «Que yo sepa, en Mallorca somos unos cuantos los que la padecemos», nos dijo, sentados en torno a una mesa de un bar cercano al bingo.

Isabel Vivancos es la madre de María del Sol, a la que andaba buscando
Isabel Vivancos es la madre de María del Sol, a la que andaba buscando.

Al abordar el tema de la madre «de que quiere verte más que como madre, como amiga, y que si quieres puedes ir a vivir con ella», María del Sol mueve su cabeza de izquierda a derecha, a la vez que en su boca, más que una sonrisa se le dibuja un rictus de pena… «No quiero saber nada de ella… Que ella siga su camino, que yo iré por el mío. Porque cuando la necesité nunca estuvo a mi lado. Sabía que vivía en un coche, que mi primera pareja me maltrataba casi a diario, pero no hizo nada por ayudarme. Es más, me prestó una sábana para que me tapara por las noches y al día siguiente me la quitó. Y si alguna vez me dio algo, al día siguiente pidió que se lo devolviera… ¿Que ahora dice que quiere ayudarme…? –vuelve a sonreír con amargura–. Como sabe que me han dado una casa por unos meses libre de alquiler, lo que quiere ahora es venirse a vivir conmigo a cambio de nada. Porque si ella tuviera algo, no me buscaría como dice que me está buscando… Pero es que cuando más la necesité nunca estuvo. Por eso no quiero saber nada de ella. Que sea feliz, pero lejos de mí». Pues más claro, agua. Y es que a María del Sol, hasta ahora, la vida no se lo ha puesto nada fácil.

Años muy duros

A poco de nacer, estuvo en acogida, a los cuatro años fue adoptada por una familia, «con ella no me faltó de nada –reconoce–, pero me sentía como el patito feo. No era una más, sino que éramos sus tres hijas y yo. Y cuando fui a la escuela, supe lo que era el bullying en mis propias carnes. Sí, curso tras curso, algunos compañeros de clase se reían de mí por mi estatura, y yo, en vez de protestar, me callaba y me aislaba, como si estuviera sola, lo cual es muy duro. Cuando cumplí los 18 años, me dieron el DNI y unos 19.000 euros por ser huérfana y por los años que había estado en adopción, y eso me hizo sentir como una reina. Y pensando que con lo que tenía me iba a comer el mundo, dejé la familia que me acogió, aun a sabiendas de que si me iba era para siempre, es decir, que si me iban mal las cosas, no podría volver… Como mucho de visita, a comer o a cenar algún día, pero no a quedarme. Pero a mí me daba lo mismo, tenía dinero y me sentía libre… ¿Y qué pasó? Pues que al poco tiempo conocí a una persona, bastante mayor que yo, guapa y muy simpática, con la que me sentí muy a gusto… Hasta que un día me pegó, y a partir de ahí me pegaba casi a diario… Por cualquier cosa… Quiero decir que si no encontraba un calcetín lo pagaba conmigo, apalizándome, y luego dejándome encerrada en la casa… Tenía miedo a denunciarle, porque si se enteraba, sería peor… Hasta que un día la psicóloga me animó a hacerlo… Le hice caso, y hoy él esta en la cárcel por ocho años, y tiene, para cuando salga, una orden de alejamiento a 500 metros de mí».

Esa mala vida hizo que bebiera y que fumara porros, «ya que lo uno y lo otro eran mi consuelo a la vida que estaba llevando, en la que las palizas se sucedían… Y no lo digo como excusa, pero si bebía y me emporraba era por eso: el alcohol me hacía olvidar por un rato y el porro me quitaba el dolor. Y… Pues que sin apenas dinero y sin trabajo, conocí a otro chico, también sin dinero y sin trabajo, pero buena persona… ¿Qué hice para tener un techo…? Como el dinero que me quedaba no me bastaba para pagar el alquiler, con 200 euros me compré un coche viejo, destartalado, pero que, mal que bien, funcionaba, al que convertí en mi casa. Pero como no puedo conducir, el chico lo hacía, y así cambiábamos de posición. Y en cuanto a comer, íbamos a comedores sociales…».

«Quiero estudiar inglés»

A través de mucha fuerza de voluntad, a día de hoy ha dejado de beber y está a punto de dejar los porros, y gracias a asuntos sociales, ha conseguido que le den una casa para menores de 25 años, sin trabajo, y que viven en la calle. «Voy a poder vivir en ella hasta el 31 de diciembre de 2024, lo que queda de año y el siguiente, tiempo que voy a dedicar para encontrar trabajo… Un trabajo que yo pueda hacer…¡ El que sea! Por eso voy a estudiar inglés, pues sabiendo idiomas… ¡qué se yo! Podría trabajar en la recepción de un hotel, o donde la estatura no fuera el problema. Mientras tanto, y en lo que encuentro trabajo, vivo de los 600 euros de la paga por invalidez y de la de orfandad. Y una vez que lo encuentre tendré que abonar el alquiler de la casa en la que vivo, lo cual es justo».
María del Sol, ahora sin problemas, con un techo y algo de dinero en el bolsillo, sale a diario a la calle en busca de un trabajo de acuerdo a su constitución física. Tiene, para conseguirlo, 19 meses… Seguro que lo logra, porque como bien dice, si una se lo propone, lo consigue.