Guillermo Alemany es el hijo del tataranieto del fundador, en 1837, de la Floristería Alemany, que siempre estuvo, hasta 2012, en la Plaça d’Espanya. | Click

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La casualidad nos puso delante de él la otra mañana, viendo que por él los años que han pasado no le han causado ningún estropicio… «¡Calla, calla! –nos dijo esbozando una sonrisa–, que no soy más que un superviviente…». Pues a Guillermo Alemany, chozno, o hijo del tataranieto del fundador de Floristería Alemany, que desde 1837 a 2013 estuvo en la Plaça d’Espanya, según se entra a ella por Sant Miquel, le vimos muy bien… Que igual la procesión le iba por dentro… Como nos encontramos con él en Plaça d’Espanya, a la altura del Rei en Jaume, le invitamos a que se colocara delante de donde estaba la floristería que durante tantos años, con su esposa, regentó, a lo cual aceptó gustoso. ¡Qué tiempos aquellos, eh, Guillermo!, «sí, pero sobre todo porque éramos más jóvenes», contesta.

Y es que la vida de Guillermo ha sido muy intensa. En lo profesional fue delegado internacional y luego presidente del consejo de administración de Interflora, lo cual le hizo viajar por todo el mundo, desde la Antártida a los rincones más recónditos de Asia y África, «dos continentes a los que conozco como mi casa». Y en lo personal… «Pues ni te cuento –dice–. He servido las mejores flores a todo el mundo. Y también, gracias a las flores, he conocido a amantes de todo tipo…».

Quedaba como un rey

¿Amantes…? ¿Qué amantes…?, preguntamos, animándole a que nos hable de ello, pues –le decimos–, transcurrido el tiempo, aquella clandestinidad, o llegó a su fin, con o sin escándalo, o se consolidó, por tanto nada que temer ahora… «Más de una vez me llamaron desde la Casa Real para que enviara flores, de parte de Juanito, a donde todo el mundo sabe. Sí, de parte de Juanito, que era como me decían que tenía que poner en la tarjeta. ¿Que cómo era el ramo…? Imagínate, me mandaban 10.000 pesetas… Vamos, que con el ramo que le mandaba quedaba como un rey… Como lo que era. Y en cuanto a otros amantes… Pues estaban los políticos, y entre ellos, políticos del PP que mandaban flores a políticas del PSOE, o viceversa. Y es que en lo de las infidelidades la ideología es lo de menos… Y en cuanto a homosexuales, ¡pues ni te cuento!, igual que conocidos empresarios… Y a veces venía uno, que tenía amante, y hacía dos encargos: una maceta con una planta para la mujer y un ramo de rosas para la amante. Y yo, claro, una tumba».

Por qué es un superviviente

Guillermo está separado de su mujer, una gran mujer dicho sea de paso. «Estoy separado, que no divorciado, por tanto sigue siendo mi mujer –aclara–. Sí… Reconozco que fallé… Que fallé tres veces, y… Pues que a la tercera me echó de casa, me quitó todo lo que pudo y me mandó los papeles del divorcio, que nunca se los devolví firmados. Por eso, ahora que nos llevamos bien, trato de reconquistarla. Y es que me he dado cuenta de que vale mucho. No es ninguna excusa, pero a veces el hombre o la mujer han de verse en una situación como la mía para entender lo mucho que ha perdido por su forma de ser. Y no lo digo porque ahora sea viejo y me encuentre solo, que no. Pues tengo amigos, con los que me reúno a contar cosas nuestras, libros, música… Sí, vendí mi barco, no voy al fútbol, pero vivo… Aunque –apostilla– reconozco que con ella viviría mejor». ¿Es una declaración de amor?, le preguntamos. «No, es lo que pienso tras haberme equivocado».

Luego, Guillermo, pasa a enumerarnos las causas por las que considera que es un superviviente… «En primer lugar, porque perdimos un hijo, Marcos, de 25 años e ingeniero de telecomunicaciones. Un borracho lo atropelló y lo mató. Fue a la cárcel, pero ahora se pasea sin problemas por donde quiere. Y perder un hijo es lo peor que le puede suceder a cualquiera. Tratamos de superarlo, pero no es fácil, porque siempre está ahí. Eso en el aspecto anímico, lo cual no es poco. Luego está el físico. A saber: cáncer en el oído del que me he recuperado. En un viaje a Vietnam, concretamente en la ciudad de Mui Né, me ingresaron de urgencia en un hospital, en una cama de la que sacaron a un enfermo sin cambiar las sábanas. El ingreso, que tuve que abonar antes, porque si no me dejaban en la calle, fue por una picadura de serpiente. Más adelante, yendo al fútbol, tuve un accidente con mi coche… Si no me maté ahí es que no me mataré nunca. Y es que choqué contra una farola en la curva de Marivent, a la que partí en tres trozos. Imagínate cómo quedó el coche conmigo dentro. Total, el accidente se tradujo en una polineuropatía axonal, que es algo que me afectó a todo: huesos, nervios… ¡Que se yo! Habiéndome dejado secuelas, entre otras, una pierna afectada por un nervio a causa de una hernia discal. Y por si quedara algo, he sido operado de cataratas».

Observamos que en su brazo izquierdo lleva tatuado algo que no se entiende. «Y lo creo –dice, mostrándonos el tatuaje–, como que está escrito en suajili. ¿Sabes lo que pone…? Pues que soy un superviviente». Volviendo a la Floristeria Alemany, si era tan buen negocio, le preguntamos, ¿por qué lo vendió…? «Porque en esta vida todo tiene un precio… Y como el que compró vino con una oferta a la que no podía decir que no… Pues le dije que sí, y vendí». Pues sí, ¡qué tiempos! Pero hay que adaptarse a los actuales. Los recuerdos para contárselos a los nietos. En la despedida le deseamos lo mejor. «Y que recuperes a tu mujer».