Toni Batlle posa al lado de uno de sus Loryc. | Pilar Pellicer

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Si a Toni Batle le ofreciesen un bólido italiano de última generación, no dudaría en rechazarlo. A sus 87 años tiene clara su debilidad por lo antiguo. El motor clásico es su pasión, lo atestigua el garaje de su casa en Son Servera, guarida y santuario de un puñado de autos con más historia que el ‘Duomo di Milano’. Su vida profesional también discurrió a lomos de engendros metálicos preñados de combustible. Tuvo una empresa de vehículos de línea y turísticos, Autocares Batle, los más veteranos la recordarán, y también se dedicó a la hostelería. De su copiosa colección no son los autos que bordean el millón de euros sus favoritos, sino los cuatro Loryc que conserva como oro en paño y le acreditan como el mayor coleccionista de esta marca nacida en 1920 en Mallorca, cuya cadena de montaje se detuvo en seco en 1923, hace cien años.

El mejor lugar

«No sabría decir cuál es mi favorito», desliza Batle mientras niega con la cabeza. Charlamos en su oficina, incrustada en un extremo del garaje, no hay mejor lugar para un obstinado amante de los coches como él. La estancia, alargada y bañada en luz, respira historia, condensada en cientos de carpetas en las que guarda facturas de antiguos negocios. En las vitrinas ocupa un lugar especial la documentación recopilada de la casa Loryc, conseguida años atrás a golpe de talonario.
Apuesten a que reconoce sus autos por su rugido. Un dulce carraspeo sinfónico, miel para sus oídos. Las cuatro ruedas no son su única religión, también profesa el credo a las motocicletas, pero esa es otra historia, quizá para otro día. Como otros coleccionistas cuyo garaje alberga un maná, Batle se mueve con discreción. Normal. No hace demasiado se desprendió de un vehículo francés por el que un magnate yanki desembolsó 600.000 euros. Me aseguran que tras ganar un concurso, hoy su valor asciende al millón de euros. Amigos del Tesoro: eso sí es un bono de rentabilidad instantánea.
Le pregunto a nuestro protagonista si se desharía de uno de sus Loryc, «ni por todo el oro del mundo», responde sin pestañear. Son las niñas de sus ojos. Y es que el mundo de los coches clásicos vuelve poco a poco a reconquistar a los entusiastas y a expulsar a los especuladores. No hace falta ubicar a Batle en ningún extremo...

Su fervor por los vehículos de esta marca responde a su inquebrantable sentimiento identitario, mallorquín por los cuatro costados. «Hem de defensar lo nostro», repite obstinadamente. Su afición por los Loryc le llevó al febril extremo de fabricar una diminuta réplica para su nieto. Imaginarán que un tipo de su posición lo encargaría a un avezado mecánico. Como yo, se equivocan. «Lo hice con mis propias manos». ¿Y el motor? «Es eléctrico». ¿Y cuándo dice que lo fabricó? Hace veinte años. De piedra me deja.

Echo un último vistazo al garaje. Avanzo lento por el pasillo silente, boquiabierto, embriagado por tanta belleza. Es imposible pasar frente a un auto y seguir como si nada, me sobrecoge pensar que allí descansan más caballos que en toda Montana. Por cierto: ¿cuánta potencia tiene un Loryc? «Diez caballos y mil centímetros cúbicos». Echo cuentas sobre la velocidad que podría alcanzar y antes de llegar a mi errónea conclusión, Batle añade «no tenían mucha potencia pero un modelo alcanzó los 140 kilómetros por hora». Precisamente, ese es otro notable capítulo en la efímera historia de estos vehículos fabricados en Palma con motores importados de Francia: «Un Loryc Torpedo de 1922 ganó la prueba de resistencia Barcelona-Zaragoza-Barcelona». Fue José Ribas quien se hizo con la medalla de oro el 2 de febrero de 1922.

Mientras charlamos, su perrito ‘Chic’, que comparte nombre con una reconocida banda funky neoyorquina, no pierde detalle, sigue a su amo, se cruza en su camino y olisquea sus zapatos. No puedo resistirme y le hago unas carantoñas que recibe con agrado. Salgo del garaje y abandono la casa con la firme intención de regresar. Allí dentro moran otras historias esperando ver la luz, por ejemplo una pintoresca –e histórica– bicicleta que, me asegura Batle, fue la primera en rodar por las calles de Mallorca.