Una de las labores de Gori Uceda es hacer inscripciones en lápidas y otros elementos de piedra. | Pere Bota

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Pasear por el cementerio da mucho que pensar. Al leer la emocionada inscripción de una lápida, ya borrosa, dedicada a alguien fallecido en 1875, se pregunta uno si alguien recuerda aún a esa persona cuya muerte tanto lloraron sus allegados en su día. ¿Quién se acordará de nosotros dentro de 100 años, cuando irremediablemente ocupemos uno de estos nichos? Piensa uno también en la futilidad de intentar hacer perdurar a los que mueren mediante monolitos de piedra, como si la durabilidad de este material compensara la fugacidad de la vida y la memoria. Al mismo tiempo, también cruza la mente alguna pregunta más mundana, como por ejemplo: ¿quién se encargará del mantenimiento de todas estas toneladas de piedra?

Pues bien, en el caso del Cementerio de Palma, la respuesta es Gori Uceda, escultor oficial del camposanto desde 2011, cuando el anterior titular se jubiló. Nacido en Toledo, vive desde hace 26 años en Santanyí, donde se enamoró de la famosa piedra de esta localidad. «Casi todas las lápidas, monolitos, criptas, capillas y monumentos que hay en el Cementerio están hechos, al igual que la Catedral de Palma, con piedra de Santanyí, aunque también hay algo de mármol. Es una piedra muy noble y maleable, pero somos muy pocos los que estamos especializados en ella», indica Uceda, quien fue fichado para el Cementerio gracias a que su responsable se topó con su trabajo en un mercadillo en Santanyí.

Aunque parezca mentira, solo hay un profesional encargado de todos los elementos de piedra que hay en todos los cementerios del municipio, esto es, los de Bon Sosec, Establiments, La Vileta y Sant Jordi, además de Son Valentí y el cementerio histórico de Palma. Este último, fundado tal día como hoy, 24 de marzo, del año 1821, y sometido a sucesivas ampliaciones a lo largo del tiempo, cuenta con seis mil tumbas catalogadas y numerosas obras de arte de renombrados arquitectos y escultores de los siglos XIX y XX.

Entre las labores que desempeña Uceda figuran la limpieza y restauración de todo tipo de elementos de piedra y mármol, la manufactura de lápidas, monolitos y otras piezas o la inscripción de leyendas y motivos en las mismas. «He tenido que hacer de todo, desde escudos de equipos de fútbol a enumeraciones de títulos nobiliarios», explica.

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Gori Uceda, en el Cementerio histórico de Palma.

Un trabajo con carga emocional

«Al principio, el trabajo me resultaba muy duro emocionalmente, porque las familias están muy afectadas y se desahogan hablando contigo al hacerte el encargo. Recuerdo que uno de los primeros trabajos que me tocó hacer fue la lápida de un chaval de 28 años que había fallecido en accidente de tráfico. Fue horrible», recuerda. «Sin embargo, con los años me he ido acostumbrando y lo cierto es que he aprendido a normalizar la muerte. Ya no me impresiona, por ejemplo, ver algún cadáver cuando hay que desmontar una tumba», asegura. Sea como sea, aclara, «yo no puedo manipular restos mortales, únicamente me encargo de la parte exterior, pero en ocasiones es inevitable que queden algo expuestos».

Además de los trabajos que los propietarios de las tumbas contratan a la Empresa Funeraria Municipal (EFM), Gori también ha tenido que realizar otras labores, como limpiar pintadas de tumbas y esculturas vandalizadas o esculpir algún monumento, como los que hay en la Plaça Ramon Llull, dentro del camposanto: uno en homenaje al mismo Llull y otro en recuerdo de las víctimas de la COVID, inaugurado en 2020.

«Últimamente he tenido que mover 80 monolitos, porque se está reordenando la parte más antigua del cementerio y hay que reubicar algunas tumbas en otras zonas», explica. Revela que «hay muchas tumbas abandonadas y casi en ruinas, porque se van heredando y al cabo de varias generaciones ya no se sabe de quién son y nadie paga las cuotas». Asegura que, al ser el único escultor oficial de todos los cementerios de Palma, tiene mucho que hacer.

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Uceda, frente a una de las estatuas que ha restaurado.

«Mi temporada alta, cuando tengo más volumen de trabajo, es en las semanas previas al Día de Todos los Santos, porque mucha gente quiere poner a punto las tumbas y lo deja para el último momento», señala. En cualquier caso, se muestra muy satisfecho de poder desempeñar su oficio en el cementerio. «Lo que más me gusta es la calma que se respira aquí», remacha.