En sus pinturas, Rosie escoge toda clase de elementos de la naturaleza. | Pere Bota

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¿Qué percepción tiene de la Isla alguien que ha crecido a más de 9.500 kilómetros de distancia? La pintora Rosie Nguyen nació en Hanói, capital de Vietnam, en 1985, y llegó a la Isla hace un año con el fin de inmortalizar su entorno natural y a las personas que encuentra en su camino. «La conexión profunda con la naturaleza es mi mayor fuente de sanación. Siempre he sentido curiosidad por ella, siempre me sorprende», afirma Rosie, que hasta el 3 de marzo expone su colección La Naturaleza en el Casal de Barri de Santa Catalina.

Desde pequeña, la pintora sentía pasión por la pintura, «podía transmitir lo que sentía. Las condiciones económicas en mi familia eran difíciles, aprecio todo lo que mis padres hicieron por mí. Nadie en mi familia fue artista y mi madre, cada vez que escuchaba de un buen maestro, me enviaba con él sin importar que hiciese sol o lloviera», recuerda Rosie, que haya inspiración en gran cantidad de motivos, «conservo inalterada la creatividad infantil y el arte me acelera el corazón».

Rosie no logró entrar en la escuela de arte, por lo que estudió Administración Financiera y Derecho; trabajó en un banco y una agencia de márketing y, siguiendo con la tradición familiar, a lo largo de siete años fue oficial de policía en su país. «En Vietnam, mi trabajo era el sueño de muchos, pero algo me impulsaba a seguir con mi pasión por el arte. Lo dejé al sentir que si no cambiaba mi vida, el tedio acabaría conmigo poco a poco. Ahora, cuando echo la vista atrás, veo que experimentar la vida real me da una visión periférica de la realidad».

Tras dejar su trabajo, Rosie pasó un año estudiando español en Barcelona; durante la pandemia realizó sus primeras acuarelas y, vuelta la normalidad, realizó un curso de dibujo en la Barcelona Art Academy. «El primer semestre fue toda una revelación, creo que tenía un talento oculto y ahora, a los 37 años, me dedico a lo que siempre deseé», afirma la pintora, quien descubrió y cayó rendida ante la obra de Ramon Casas, Marià Fortuny o Joaquín Sorolla, «aproveché cada minuto para reproducir sus pinturas a carboncillo».

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La artista pinta e investiga en un pequeño taller en Cala Millor.

A Rosie le han cautivado, «los paisajes costeros de acantilados y montañas, y playas de aguas cristalinas de la Isla. Además, cuenta con una rica historia, reflejada en la arquitectura o las fiestas tradicionales. La gastronomía también es única y la amabilidad de sus habitantes hace que la experiencia sea todavía más agradable». Y, aunque la Isla tenga muy poco que ver con Hanói, «la forma en que la gente mayor cocina, utilizando los productos que tienen en el huerto, se parece a como lo hacía mi abuela. Me siento como en casa», explica Rosie, que en este año ha vivido en Muro, Cala Millor y Caimari.

«Aún estoy en busca de mi estilo, aunque persigo el realismo: trato de ser precisa en la composición, las proporciones y la iluminación. Pero disfruto de experimentar con distintos materiales, como los lápices, el grafito o los óleos o con técnicas de iluminación y sombreado», señala la artista, quien destaca el aspecto introspectivo de la pintura: «Es una forma de comunicación, pero también un proceso personal. Aspiro a generar un impacto en los demás, pero también hago arte para conocerme, cuidarme y amarme», concluye la pintora, quien en los próximos meses expondrá en Ca ses Monges, en Marratxí; en la biblioteca de Muro o en el Casal de Peguera.