Alejandra y María posan sobre el ‘Perseus’, que ahora ponen a punto en el Club Marítimo de San Antonio de la Playa. | Pere Bergas

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Como en la Canción del Pirata de Espronceda, –«que es mi barco mi tesoro, que es mi dios la libertad»–, solo la fuerza del viento puede trazar el rumbo de Alejandra Aponte (Venezuela, 1986) y María Herrera (Tarragona, 1994) quienes, tras una larga travesía, no exenta de obstáculos, han hallado su particular Ítaca en la restauración de un viejo motovelero de 1974, el Perseus, convertido ya en su hogar. Pero la suya no es una historia convencional, y es que el amor es la principal fuente de energía de su empresa. Alejandra es bióloga, y María, submarinista profesional; ambas trabajan en Palma Aquarium y lo dejaron todo atrás para estar juntas.

«Nos enamoramos buceando entre corales. Ella se iba a casar con su chica y yo con mi chico. No entendía qué pasaba, era la primera vez que desarrollaba sentimientos hacia una mujer. No pude aguantar más y le confesé que no podía vivir sin ella», explica María quien, persiguiendo su sueño de tener un velero, y para llamar la atención de Alejandra, decidió invertir todos sus ahorros y adquirió el navío en 2021. «Cuando lo vi por primera vez me acordé de una maqueta de un barco de color azul que me hizo mi padre cuando era pequeña. Sentí que tenía que ser mío», afirma María.

Y desde hace un año, la pareja vive en el Perseus, tras conseguir un amarre en el Port d’Andratx. «Para mí, vivir en un barco es como acampar: tienes mucho contacto con el exterior y el espacio es pequeño, pero suficiente. Nos obligó a hacer un ejercicio de desapego, con nuestro pasado y todo lo prescindible. Además, tenemos una rutina: pescamos la cena, vemos todos los atardeceres, buceamos...», sostiene Alejandra, a lo que María añade, «en el momento en que experimentas la libertad, es difícil volver atrás; un velero, aunque ahora nos tenga atadas, te aporta esa sensación».

Una de las facetas más llamativas de su historia es que emprendieron esta restauración sin conocimientos previos y subrayan la importancia de la ayuda desinteresada que les han ofrecido por el camino amigos y completos desconocidos. «Hemos recibido ayuda de electricistas y pintores navales; de mi mejor amiga, que me prestó la mitad del dinero para la compra, o de Julio Prim, el marinero que me enseñó a navegar y nos salvó de algún susto».

Las jóvenes emprendieron la restauración del viejo velero sin conocimientos de mecánica, mantenimiento y reparación naval y a lo largo de estos dos años todo lo que han aprendido ha sido a fuerza de estudio, prueba y error, además de la ayuda desinteresad
Las jóvenes emprendieron la restauración del viejo velero sin conocimientos de mecánica, mantenimiento y reparación naval y a lo largo de estos dos años todo lo que han aprendido ha sido a fuerza de estudio, prueba y error, además de la ayuda desinteresada que han recibido por parte de muchas personas.

Ahora, el primer objetivo de la pareja es alcanzar la costa griega a bordo del Perseus. «A lo largo de esta aventura han habido muchas casualidades. Por ejemplo, nos enviaron a Tel Aviv a trabajar y acabamos en la roca donde, según la mitología griega, Perseo salvó a Andrómeda. Este primer viaje sería como cerrar un círculo y una travesía de prueba antes de realizar un itinerario más largo», afirma Alejandra. Su historia solo acaba de empezar; los interesados en seguir sus aventuras pueden hacerlo en la cuenta de Instagram @expedicionperseus.

El apunte

Un camino lleno de obstáculos

Osmosis en el casco, elementos envejecidos o un cuadro eléctrico completamente embrollado son solo algunos de los obstáculos con los que la pareja se ha encontrado en la restauración del Perseus. «Todo lo hemos aprendido sobre la marcha.

Miramos tutoriales, estudiamos y lo hacemos. Se puede lograr con mucha fuerza de voluntad», afirma María que, junto a Alejandra, aprovecha sus vacaciones para poner el Perseus a punto en el Club Marítimo San Antonio de la Playa, en Can Pastilla.