La artista con los animales, la fuente de su trabajo. | Pere Bergas

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«He tenido mucha suerte. Mi padre fue pintor, mi madre bailarina. Su mayor capital era el tiempo y, para ellos, siempre fue importante disfrutar del mar, vivir sin horarios». Así recuerda su infancia la artista textil Adriana Meunié (Cas Concos, 1985), quien estudió diseño de moda en Barcelona y, al acabar, se marchó a Berlín, donde trabajó con grandes diseñadores, aunque «saturada por aquel ritmo, agobiada por el ruido y los olores de la ciudad», volvió a Mallorca. Desde hace casi una década, envuelta por el paisaje rural del Migjorn, de salobrales, marés, abruptos acantilados y calas de fina arena blanca, desarrolla tapices con carritx, lana, esparto, palmito o rafia, o antiguos llençols de fil mallorquí, en su forma más rudimentaria, en una oda a la artesanía y al trabajo manual ancestral.

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«Trabajar el tapiz es viajar a la esencia y origen del textil. Te permite experimentar con volúmenes y texturas; también tiene algo de monstruoso», expresa la artista, que empezó a urdir y tramar con lana cruda, «me parece preciosa, desde su tacto hasta su historia. Tras cada pieza está la vida del animal, la mano del hombre que la cuida y esquila...; es atemporal, posee una belleza primitiva». De este modo, la diseñadora encuentra la belleza en la materia prima, «siempre vemos la senalla o el jersey acabado. Cuando observas el material en crudo puedes hacerte una idea de todo el trabajo que hay detrás de la artesanía. Desde la abstracción, intento presentar el material de forma limpia, y con cierta organización», sostiene Adriana, atraída también por la idea de atemporalidad, «es lo más difícil de conseguir. Las tendencias acaban olvidándose. Me gusta la idea de que mi obra perdure», asegura.

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Recibió de manos de un pastor de es Llombards, donde creció, la primera lana que usó, «le pedí un poco y llegó a casa con el tractor cargado: ‘Si no te la doy, la tiraré’ me dijo. Entonces no se hacía casi nada con la lana cruda», explica Meunié, quien utiliza la que le proporciona su rebaño de Ses Salines, así como la de las ovejas con las que convive. «Las observo todo el año, a ver cuál me la dará más bonita», afirma Adriana, quien guarda una estrecha relación con ovinos y caprinos, en especial con Petit, una cabra salvaje mallorquina que campa a sus anchas por toda la finca, con quien realiza largos paseos.

Aunque no domina el esquilado, en abril marcea alguna oveja aconsejada por un grupo de pastores vecinos. La artista entiende el textil como un lenguaje cargado de símbolos, «los textiles también se dirigen a quien los observa. Cada material es diferente y las formas, infinitas». Sus tapices están repartidos por todo el planeta –en Estados Unidos, Países Bajos y Suecia se concentran sus mejores clientes en el extranjero–; en restaurantes y hoteles de Mallorca, como Can Cera o es Racó d’Artà; en boutiques como Sessùn, en Madrid; en el pop up de Loewe Paula’s Ibiza, en Londres, o en el escaparate efímero de la tienda Massimo Dutti de la calle Serrano, bajo el marco de Arcomadrid 2022. Esta instalación contó con las esculturas de madera de almendro tallada del pintor, escultor y ceramista Jaume Roig, su pareja, con quien comparte vida, estudio y, en algunas ocasiones, también proyectos: «Cerámica, escultura y textil conjugan muy bien. Cada uno trabaja su propia línea, independientes, pero la combinación resulta natural».

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Entre sus referentes artísticos se encuentran la escultora japonesa-estadounidense Ruth Asawa, «por su universo único», o el ceramista británico Hans Coper, «son piezas sencillas, pero poéticas. Podrían ser de la civilización minoica o del año 5.000». Aunque su obra gira entorno al Mediterráneo, su cálida paleta de colores, al natural y sin aditivos, y su cultura, Meunié siente predilección por los indios nativos de Norteamérica, «por su conexión con la tierra y su sabiduría, me parecen una de las culturas más elevadas que existen», afirma Adriana, que después de dejar Barcelona pasó un verano en Nuevo México para realizar un curso de telar impartido por una india navajo. «Si le enseñase uno de mis tapices, seguro que no le gustaría: ellos buscan la armonía y el equilibrio, y lo mío es todo lo contrario».

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A través del tapiz, Meunié experimenta con materiales, formas y técnicas. Pero no es su única línea de expresión textil. En 2019, lanzó la firma Ódeminuí, bajo la que presenta piezas de ropa fabricadas en la Isla: ella se encarga del diseño y la modista Antònia Camia, de Portocolom, de la confección. Bajo la firma, la diseñadora presenta piezas básicas, que pueden vestir tanto hombres como mujeres. «Me atrae el concepto de que las prendas sean cómodas y de una sola talla. Es ropa unisex y de tallaje único. Además son muy versátiles: con la misma camisa puedes irte a la playa o arreglarte para una cena», afirma Adriana.