Sandro Putignano, en la cocina de su restaurante, en boca de todos esta semana. | Julián Aguirre

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Sandro Putignano y su boloñesa están en boca de todos. No es para menos. El teléfono no deja sonar y de recibir peticiones de reservas, pero su día a día no ha cambiado. Por su negocio, que lleva su nombre, Sandro, pasan habitualmente VIPS, deportistas y políticos. Pero que un actor de renombre como el oscarizado Morgan Freeman, en Mallorca por el rodaje de Lioness junto a conocidas actrices como Zoe Saldaña, acuda dos veces en tres días a cenar, lleva a preguntarse qué tiene este chef italiano en la carta de su restaurante, ubicado en la calle de Ramón y Cajal, en Palma.

Sandro llegó a Mallorca hace casi 23 años sin hablar una palabra de español desde su Puglia natal. Todo un aventurero. Había estudiado hostelería y, bajo el brazo, el título que ganó seis años antes y que le acreditaba como campeón del Concurso Nacional de Hostelería de Italia. Tenía solo 25 años, ganas de comerse el mundo y una vocación que le acompañaba desde los 14 años: dedicarse a la alta hostelería. Curiosamente, no quería dedicarse a la cocina, su intención era trabajar en sala como maitre en establecimientos de nivel y calidad, del que los clientes se fueran con una sonrisa en la cara y con una mesa reservada para otra fecha. Lo de ponerse tras los fogones vino mucho después.

Su primer empleo en la Isla fue en el conocido restaurante Tristán de Puerto Portals. Allí se quedó 12 años que recuerda con cariño. Lo dejó porque necesitaba tomarse un descanso. Su idea era tomarse seis meses sabáticos, descansar y volver con ánimos renovados. No tuvo tiempo de hacerlo. Alguien muy conocido, prefiere no mencionar quién, le ánimo a unirse a él y montar un negocio de restauración juntos. No supo decirle que no. Comenzó una nueva aventura profesional bajo el nombre de Sandro restaurante.

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Su socio dejó el negocio cuatro meses después de abrirlo. Cosas de la vida y los negocios. El italiano decidió seguir adelante con el restaurante. Dos años después amplió el local. Había encontrado lo que buscaba: un local pequeño, acogedor, con doce mesas en las que ofrecer un buen servicio. Buena muestra de ello es que durante dos años fuera número 1 en TripAdvisor. Seguramente eso es lo que buscaban Morgan Freeman y sus acompañantes cuando llamaron para reservar, con otro nombre, por supuesto. Ahora han pasado 8 años y está en la cresta de la ola gracias a una bolognesa que ha enamorado a Freeman.

«Es gracioso pero no lo reconocí. Trabajo mucho, cuando me pongo una película, siempre me quedo dormido. Me pidieron pan y mantequilla dos veces, y seguía sin saber que Morgan Freeman estaba cenando en mi restaurante. Tuvo que ser un cliente el que me dijera '¿sabes que ese hombres es Freeman?. Veo todas las películas en versión original y esa voz es inconfundible'. Tuve que buscar en google para confirmarlo», recuerda Sandro de la visita, así como que dejó el plato impoluto y que le dijo que 'es la mejor bolognesa que he comido'.

El menú que Morgan Freeman comió el primer día que visitó Sandro.

En los tres últimos años pasó a combinar el trabajo en sala y cocina. Como buen italiano, la conversación, el humor y la buena comida forman parte de su ADN. Por eso la pasta fresca de su restaurante la hace él, así como su ya famosa salsa boloñesa. ¿Pero cuál es el secreto que a todos enamora? Sandro sonríe y calla: «Somos italianos, si hacemos una mala salsa os quitan el pasaporte -dice con sorna-. Solo puedo desvelar que el sabor tan especial se consigue cocinándolo mucho tiempo, utilizando un receta familiar y un ingrediente que, quizá, me lleve a la tumba».

La visita de Morgan Freeman ha sido tan exitosa, que Sandro restaurante ya tiene dos menús con su nombre, en homenaje al actor y a los platos que ha degustado estos días. El primero, compuesto por los platos que comió el intérprete en su primera visita, compuesto por un entrante a base de bruschetta clásica, espaguetis a la bolognesa y de postre tiramisú casero y piña flambeada al Amaretto. El segundo menú: bruschetta clásica, tartar de carne con yema de huevo rebozada y, como colofón dulce, un coulant de chocolate casero. El coste es de 18.50 euros. Ahora lo difícil será encontrar mesa.