Catalina Moranta, con varias cabezas de ‘dimoni’ que restaura en casa. | P. Pellicer

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La casa de Catalina Moranta, de 74 años, desprende olor a pintura, a cola, a trementina, a barro y a escayola, pero también a cartón y periódico recién cortado. El salón de su casa es su taller improvisado. Un caos ordenado en el que solo ella sabe dónde está cada material que necesita. Catalina es una de las pocas especialistas de la Isla en la restauración de todo tipo de piezas del folklore mallorquín: dimonis y gegants, pero también muñecas antiguas, objeto de deseo de muchos coleccionistas.

Para Catalina este mes es temporada alta de trabajo. La preparación de las fiestas de Sant Antoni y Sant Sebastià conlleva un trabajo extra para esta mujer; las semanas posteriores también lo serán. Poco descanso va a tener. Primero viene el mantenimiento, luego tocará la reparación. «La humedad es el gran enemigo de gegants y dimonis. Y, por si fuera poco, cada dimoniada, cada salida a la calle supone pasar por talleres 'a posteriori'. El baile, el movimiento, la gente que toca las cabezas, los golpes que reciben las piezas... todo eso exige una labor de restauración que hay que acometer. Y muchas exigen mucho tiempo de trabajo», señala Catalina, que ha convertido su hogar en una ‘enfermería’.

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Cada ‘dimoniada’ que se realiza en Palma supone que las máscaras tengan que pasar por ‘talleres’.

Segunda juventud

Moranta no duda en afirmar que vive una segunda juventud desde que tuvo que dejar su empleo, tras sufrir un accidente, romperse el talón de Aquiles, pasar meses y meses de baja y someterse a varias operaciones. Cuando por fin se recuperó, empezó a interesarse por la restauración, que se convirtió en su gran pasión junto con la cocina. Empezó primero por la rehabilitación de muebles, de bordado y bordado mallorquín, hizo sus pinitos en el teatro... hasta que se apuntó a un curso en el que tenía que crear un dimoni. La labor le pareció apasionante, y eso que el resultado fue un tanto desastroso: «Las medidas no eran las adecuadas, y la máscara no me entraba en la cabeza», recuerda con humor. Pero tanto le interesó el tema, que decidió marcharse a la localidad de Llívia, en el Pirineo Catalán, para participar en un taller de cultura popular en el que organizaban talleres similares. Allí hizo una réplica de la cabeza del Drac de na Coca. Al año siguiente regresó, pero como profesora.

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Crear un dimoni o un gegant requiere de mucha destreza, paciencia y tiempo. Primero modelas la cabeza con barro, luego pasas a la escayola. A continuación toca usar cartón o papel para dar forma a la máscara, la fibra de vidrio, que se tapa con carbón, se pasa a la pintura... «luego hay que hacer los brazos, antebrazos, manos y dedos. Son piezas independientes. Es imposible cifrar el tiempo de trabajo que supone crear alguna de estas piezas del folklore mallorquín», asegura.

Como muestra, un botón. En su casa descansa la cabeza del gegant des Covo, que sufrió un daño irreparable tras una tormenta. Ahora, rebautizado por Catalina como ‘Bernat’, ultima los retoques de la cabeza, a la espera de que finalicen la construcción del cuerpo del gegant, que se está pensando realizar en madera, algo poco habitual. Ante la falta de material para trabajar en las piezas, una situación que le preocupa sobremanera a esta mujer, apuesta por la creatividad: el cartón fallero que se utiliza habitualmente, lo ha sustituido por trozos de periódico. Muchos gegants y dimonis tienen en su ‘ADN’ retales de Ultima Hora. Ver para creer.

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Catalina con la cabeza de Bernat, un ‘gegant’ que está rehabilitando desde hace semanas, tras sufrir desperfectos por la lluvia.

No solo repara estas pieza de la cultura popular mallorquina, también hay espacio para las muñecas. En estos momentos solo tiene dos en casa, una que ha sido un regalo de una de sus nietas, así como una Mariquita Pérez que le ha enviado una clienta para restaurar, y que estaba totalmente destrozada: el cuerpo desmembrado, algunos dedos desaparecidos y huecos en algunas partes del cuerpo que se afana en rellenar con masilla, luego limar y pintar. Lástima que cada vez le cueste más trabajo restaurarlas porque encontrar accesorios, como ojos o pies, se ha convertido en una misión imposible. En Mallorca no hay y en Barcelona, donde hubo una industria muy potente, las empresas han ido desapareciendo paulatinamente. «He restaurado más de doscientas en los últimos años, pero ya estoy cansada. Prefiero centrarme en otras cosas», apostilla.