Jimmy Piñol, director del Mini Campus Rock y miembro fundador de uno de los grandes embajadores del rock català: Lax’n’Busto. | Xavi Solà

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Pese a su apariencia liviana y sencilla, Escuela de rock ofrece una mirada ácida sobre las presiones, rigidez e hipocresía que abundan en el sistema educativo. Repleta de gags memorables, esta entretenida cinta de 2003 sigue las peripecias de un histriónico e insolvente guitarrista, ferviente entusiasta del rock, que acuciado por las deudas finge ser un profesor suplente en una escuela primaria célebre por su rigor académico. Nuestro ignorante antihéroe, cuyo nivel cultural es en ocasiones inferior al de sus alumnos, se las ingenia para aparcar el resto de materias y centrarse en armar un grupo clandestino de rock. Hábil cruce entre El club de los poetas muertos y Poli de guardería, Escuela de rock podría ser un buen punto de partida para el Mini Campus Rock, un proyecto que desde hace algunos años impulsa Jimmy Piñol, batería de Lax’n’Busto, en diferentes ciudades, entre ellas Manacor.

Con base en el Conservatori Municipal de la población, y previsto para marzo, Mini Campus Rock promueve la interacción con diferentes instrumentos en niños de 8 a 11 años, a los que anima a trabajar en grupo, como si de una banda de rock se tratase, pero sin el sesgo conservador y elitista de una escuela privada. Como en la película, el planteamiento que propone este campus corre serio peligro de caer en la condescendencia, para evitarlo Piñol y un sólido equipo de «profesores exalumnos del campus» plantean un sólido y «divertido» temario, en el que rescatan clásicos como The Beatles, Stevie Wonder, Michael Jackson, U2 o Lynyrd Skynyrd. «En el repertorio también ligamos efemérides, por ejemplo si hace cincuenta años que AC/DC sacó un disco incluimos uno de sus temas», explica el músico.

El momento de la verdad, cuando los alumnos suben al escenario todo lo aprendido.
El momento de la verdad, cuando los alumnos suben al escenario todo lo aprendido.

Bandas más actuales como Doctor Prats o Els Catarres, «con las que generacionalmente empatizan más», también se incluyen, dando forma al cuerpo angular del repertorio. Aunque el tutor avisa que por el momento «las canciones del próximo campus no están definidas». El aporte creativo –a ratos ilustrativo, a ratos alentador– de los profesores, así como el descubrimiento de trucos musicales y nuevas bandas que ensanchan su mundo, conforman un cóctel irresistible para los niños. Disfrutan aprendiendo.

Trabajo constante

«Los guitarristas aprenden a afinar su instrumento y a poner bien los dedos, los baterías a llevar bien el ritmo, y a los que ya tienen buen nivel les aleccionamos para ser constantes». Tras el campus, los pequeños pondrán en valor todo lo aprendido sobre el escenario, en un concierto compartido con sus ‘hermanos mayores’, los alumnos del Campus Rock. Puede que sus desarrollos bajo los focos no luzcan resplandecientes como una ola de mercurio, pero «aquí lo importante es que cada niño tenga un momento de protagonismo y disfrute tocando su instrumento». Se trata de que aprendan Cultura musical. La C va en mayúscula porque en tiempos de reguetón la Cultura ya sufre demasiados vapuleos como para que cuando la cosa va en serio no se subraye como conviene.

Amortiguada su vertiente más subversiva, pop y rock son los grandes protagonistas en estas jornadas que centran buena parte de sus esfuerzos en la mitificación de la música como un mecanismo romántico que nos permite escapar de la rutina, de lo establecido. Y es que Mini Campus Rock es mucho más que un curso exprés para depurar la técnica, es una exaltación de una de las grandes pasiones –íntima, sincera y visceral- del ser humano, a través de la cual el niño recibe una impagable lección de valores como la comprensión, el compañerismo y la posibilidad de crecer descubriendo nuevas vías creativas.