Valeria Castellet sostiene una de sus cestas a las puertas de su hogar y taller. | Pere Bergas

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Escribanos, pardillos y jilgueros gorjean en sintonía, cada tanto se escucha el paso del tren. El resto es silencio. La artesana Valeria Castellet (1967, Buenos Aires) reside desde hace dos décadas en la Isla, ahora en una pequeña casa de madera en mitad del campo, en Llubí. Allí confecciona, con las fibras vegetales de las plantas que la rodean, cestas de toda forma y color. «La cestería es la primera técnica textil que utilizó el ser humano, teníamos que guardar, ordenar y trasladar. Además, tiene algo maravilloso: en lugares remotos, sin intercambiar información, se desarrollaron las mismas técnicas. Intento reunir y presentar ese conocimiento antiguo desde su universalidad, pero de forma contemporánea», dice la artesana, que estudió la mitad de las carreras de Psicología y Biología. Castellet siempre estuvo vinculada a la artesanía: ha dedicado buena parte de su vida a la serigrafía y, por extensión, al arte textil.

Pero su oficio llegó a generarle un conflicto: «Siempre he sido ecologista, he tratado de ser respetuosa con el medio y no generar un impacto negativo en la naturaleza. ¿Cómo expresarme sin utilizar materiales que atentan contra lo que defiendo? Llegó un momento en que era inevitable. Hace diez años se cruzó por delante la cestería, que me brindó la oportunidad de pasar de las dos dimensiones de la estampación y la tejeduría tradicional, a trabajar los volúmenes y las formas», cuenta la artesana, que da forma a sus cestas centrada más en su belleza que en su pragmatismo, sin la obsesión de crear algo que la suceda: «La vida es efímera, mucho más liviana de lo que pensamos», añade. Y no es casual que, en muchas ocasiones, sus piezas tengan forma de nido: «A menudo observo cómo trabajan los pájaros, siento que soy reproductora de la forma en que arman sus nidos».

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La artesana utiliza diferentes técnicas a la vez para confeccionar sus cestas.

Técnicas y fibras

Como las aves que observa, Castellet escoge con cuidado los materiales de su entorno. «Reinvestigué con qué plantas podía tejer más allá del mimbre, junco o nea. Ahora trabajo con la rubia peregrina, la clematis, el ullastre, las gramíneas silvestres, la mata, o las hojas de lirios y narcisos, depende de lo que quieras hacer», afirma Valeria, que se basta de sus manos, unas tijeras de poda y unas pequeñas pinzas para elaborar sus cestas. En cuanto a la técnica, Valeria suele escoger el tejido libre, «una técnica contemporánea libre, en realidad es la ausencia de técnica. El random weaving me permite introducir diferentes técnicas, como el entramado simple y el doble, o el tejido en espiral, la primera de toda la historia de la cestería», cuenta Castellet, que con gran delicadeza envuelve y enrolla las fibras.

El proceso puede desarrollarse con la planta en verde, como es el caso del ullastre o la madre selva, o en húmedo: «Se necesita humedad. A veces, mientras se trabaja, se rocían las fibras con agua para que el proceso sea estable, y cada planta tiene un tratamiento particular. Lo bonito de usar la planta verde es la transformación del objeto: sufre una serie de modificaciones que puedes acompañar. Sin transformación, la vida no es vida. Cambian incluso de forma, se genera una gran incertidumbre creativa, ¿cómo será el resultado final? Otras fibras las recojo en seco, o bien las dejo secar», dice Valeria, que hace énfasis en el proceso de secado. «Además de las formas, me centro en el color. No se dejan siempre secar al sol, porque cogen siempre el mismo color marrón oscuro. Si las dejas a la sombra rescatas distintos tonos», aclara la artesana.

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Con la pieza seca y terminada, se le aplican distintos tratamientos con aceites vegetales y, si algún cliente lo requiere, eventualmente se barnizan al agua, «al final es el mismo principio de la madera, podrían recibir los mismos tratamientos», finaliza Valeria, que también comparte su conocimiento; dos veces por semana imparte talleres en su casa.