Costica frente a lo que es su humilde casa, construida entre dos palmeras y cubierta con una lona. Desde allí se desplaza en bicicleta, y sin problemas, a donde quiera ir.

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En la plazoleta que hay delante de lo que fuera la entrada del aeródromo de Son Bonet (Pont d’Inca), a la izquierda, el rumano Costica Roman, de 46 años de edad, se ha montado su casa entre dos palmeras, con dormitorio incluido (un colchón sobre palés para evitar que se le empape de agua cuando llueve, cubierto por una lona), además de los servicios necesarios para sobrevivir: agua para lavarse y lavar la ropa, detergentes, un camping-gas, una silla, etc., todo muy bien ordenado, a lo que hemos de añadir dos cosas más: una pequeña placa solar, que reposa sobre la rama de la palmera de la izquierda, que le ha instalado un amigo para que le dé un poco de luz y pueda cargar el móvil, y una bicicleta con la que se desplaza al supermercado cercano por si alguien le da algo de comida. Porque él no percibe ninguna paga, ni retribución mensual, ni nada que se le parezca. No tiene ningún ingreso. Pero él, sea cual fuere el sitio en el que se encuentra –en la puerta del súper, por ejemplo–, no pide nada. Se limita a estar allí, de pie. Y si alguien le da algo, lo recibe agradecido.

«A veces la gente me da más comida de la que necesito, y les digo que ya tengo suficiente, no por despreciársela, sino porque si me la traigo a mi casa, como no tengo nevera, se me echa a perder. Entonces, cuando tengo lo suficiente para el día, y si encima me traigo seis o siete euros, me vuelvo feliz a mi casa, donde me quedo hasta el día siguiente, en que vuelvo otra vez al súper. ¿Que qué hago durante el resto del día? Me quedo aquí, lavo, si tengo que lavar, lo tiendo, tiro el agua que me sobre en una lugar que no moleste a nadie, me preparo la comida y la cena, y echo un vistazo a internet en el móvil por si hay alguna noticia interesante. ¿Que si he pasado calor durante el verano…? Sí, claro, como espero pasar frío durante el invierno. Pero pienso que otros lo están pasando peor que yo».

Peor que cuando Ceaucescu

Costica, que nació en la ciudad de Tulcea, cerca del mar Negro, está casado y es padre de un niño. «Salí de Rumanía porque mi madre y mi mujer no se entendían. Allí trabajaba en varias cosas: en obras, en el campo, como pintor, arreglaba carros… Ganaba poco, porque ahora en mi país casi todo está en poder de las mafias, por lo que, nada que ver a cuando estaba Ceauscescu, que aunque poco, todos cobrábamos dinero al mes, teníamos casa, los niños iban a la escuela… Ahora todo ha cambiado, para peor. Por eso, y por la falta de entendimiento de mi madre con mi mujer, me marché». En España se estableció en Málaga, a donde se trae a la mujer y al hijo, pero enferma de las piernas a causa de una mala circulación de la sangre, lo que le origina una trombosis… Total: dos operaciones en la pierna izquierda y amputación de la derecha…

«Un amigo que vive en Mallorca me dijo que me viniera, que aquí hay trabajo. Viajo a Mallorca y encuentro al amigo metido en la droga y el alcohol, por lo que me busco la vida como puedo. Tengo tarjeta de trabajo, tarjeta sanitaria de Andalucía, de Baleares, tarjeta ciudadana, que me saqué cuando estuve en Ca l’Ardiaca, donde se me empadrona, pero duro poco tiempo, pues allí no se puede vivir debido a la gente que hay. No me refiero a los funcionarios, que se portan muy bien, sino a algunos de los que viven allí, que son muy conflictivos. Así que busco y me encuentro con este lugar, donde me instalo, tras limpiarlo y terminar con las ratas que había…».

Costica, que es buena persona, limpio y ordenado, sueña con dos cosas: que alguien le regale un perrito, «para que me sirva de compañía, pues la soledad no es buena, y yo me paso mucho tiempo solo, sin hablar con nadie. También quisiera encontrar un trabajo, pues con una pierna ortopédica, sentado, puedo trabajar en muchas cosas. Además,    me gusta trabajar, pienso que puedo servir. Tal vez no trabaje lo rápido que otros, pero trabajo, y soy muy constante. Además, tengo papeles, y me conformo con poco. Por eso pido una oportunidad. Porque con la bicicleta, me puedo desplazar a cualquier lugar».

Quienes le conocen, ponen su mano en el fuego por él. Lo único que ha tenido ha sido mala suerte, pero su predisposición, sobre todo para el trabajo, es notable. Y nadie puede dudar de que se trata de una persona ordenada, pues basta ver lo limpio que tiene los escasos metros que habita. ¿Por qué no le damos esa oportunidad que está pidiendo?