Enrique Gijón: «¿Que cómo me siento? Me siento bien, porque estoy vivo, y aquí me tienes». | Click

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Anteayer por la mañana estuvimos en la cola del hambre de Tardor, en la calle Reina Constanza de Palma. Pese al calor sofocante que seguía    envolviendo la ciudad, quienes estaban en la cola aguantaban a que les llegara su turno. Y, entre los allí presentes, nos dio la impresión ver a personas que acababan de incorporarse al grupo,    debido, sobre todo, a la carestía de la vida, que se ha puesto por las nubes, lo que se ha traducido en que su poder adquisitivo, ya de por sí bastante menguado, pero que hasta la fecha les permitía, mal que bien, sobrevivir, ahora no les alcance. Por tanto, o vas al mercado a comprar sabiendo que no te bastará con lo que ganas para poder pagar la luz, el agua y el alquiler de la vivienda, o la hipoteca, quien la tuviere… O no vas a la plaza, ni al supermercado, y te metes en una cola del hambre, con lo que ahorras la comida y la cena… Gracias a lo cual sobrevivirás. Por eso hay tanta gente nueva en esta cola. Gente de aquí, que hasta no hace mucho, ni en sus malos sueños, hubiera imaginado que algún día iba a estar ahí, pidiendo ayuda para comer.

Además de comida...

Sí, que duda cabe que da corte ponerse por primera vez ahí. Pero es que para muchas personas    no queda más remedio. Con 500 euros al mes, pagando agua, vivienda, luz y comida, no te alcanza. Y eso estando sano, que como estés enfermo, o tengas algún que otro achaque, alcanza para menos. Y si eres madre de dos o tres hijos, ya ni te cuento… Porque en la cola hemos visto de esas madres que acuden con    sus hijos, ellas en busca de comida, y ellos por si encuentran libros de texto, cuadernos, lápices, bolis, gomas, etc.,    que les sean útiles para la escuela. Que, a veces, pese a ser una cola del hambre, en ella los encuentran. En esta en concreto tienen posibilidades, ya que sus responsables se han buscado la vida en este aspecto, consiguiendo libros y material escolar, no en abundancia, pero que a veces les resuelve, sino en la totalidad, si al menos en parte el problema. Y si no cuentan con material escolar,    les dicen adonde pueden ir para que se lo den. De ello damos fe, viendo como el sábado, Carolina Senders, entre otros menesteres, responsable de las voluntarias de Tardor, solucionaba el problema de libros y material escolar a una madre con tres niñas. A veces no lo consiguen todo, pero nunca se van de vacío…

Por tanto, a la tradicional cola del hambre, a la que solían acudir los sin techo, carrilanos e inmigrantes recién aterrizados en la Isla, se suman ahora miembros de familias monoparentales –madres con varios hijos a su cargo sin apenas ingresos– y personas mayores, cuyas pensiones, por el incremento del IPC, o carestía de la vida, ya no les alcanzan para hacer frente a todos los gastos.

¡Un euro al mes!

Y eso va a ser –es ya– un    problemón. Primero, porque, como decimos, cada vez son más los que se apuntan a esas colas. Y segundo, porque en los comedores empieza a escasear la comida, y encima tienen que pagar impuestos, el IVA, reparaciones de sus cocinas, de los coches con los que transportan o van a buscar    la comida,    compra de táperes, etc. ¿Qué va a pasar este invierno? He ahí la cuestión.

Toni Bauzà, responsable del citado comedor, dice que si cada mallorquín que trabaja diera a Tardor un euro cada mes se acababa el problema. Lo que sucede es que son muy pocos los que le hacen caso. Sí, ¡un    euro al mes! Doce al año, lo cual es nada, o apenas nada, para los que pueden aportarlos. Para los que salimos a cenar, a tomar copas, a posturear por ahí, en exposiciones, fiestas… Doce euros al año por una buena causa no son nada y pueden suponer mucho para los más necesitados.

Enrique Gijón Torres, que es el último de la cola del hambre, parece que está leyendo nuestros pensamientos. «Y lo malo –dice muy preocupado– es que esto se está poniendo peor cada día. Yo diría –añade– que los únicos que pueden arreglar esto son los políticos, pero ellos no vienen por aquí, no saben, por tanto, lo que pasa. Y como encima cobran cada mes, pues no se enteran, y si se enteran… Pues ya ve cómo está esto».

Enfermo

Enrique, que tiene 58 años, y que viste de azul, calza zapatillas blancas, y lleva una mochila a la espalda, nos cuenta que trabajó toda su vida como albañil y transportista.    «Y que si ahora no trabajo, no es porque no quiera, o por la crisis, que antes sí que me afectó porque no encontré trabajo. Pero ahora, si no trabajo, además de por la crisis, es porque estoy enfermo. Tengo cáncer de próstata con metástasis. Me lo detectaron hace cinco años. He tenido 33 sesiones de radio y ahora me tomo    Decapeptyl ¿Que cómo me encuentro…?    Bien porque sigo vivo. Por eso aquí me tienes, defendiéndome cómo puedo, procurando no comerme el coco pensando en cuánto duraré o en qué estado se encuentra mi enfermedad. En cuanto a dinero... apenas tengo». En ese sentido, añade que «por una parte, percibo 463 euros por tener más de 52 años, y por otra, 115, que me da el Govern. Y si me puedo defender con eso es porque vengo a buscar la comida aquí, donde, como ves, cada día hay más gente, y también porque un primo mío me deja que viva en una casa que tiene en Son Gotleu, para que de paso se la cuide… Y también me defiendo, porque gracias a mi situación he aprendido a ver la vida de otra manera. Pero es que todo va mal, la vida cada vez es más cara, y muchos no lo podemos aguantar, sobre todo la gente mayor, que sí, que cuenta con una paguita, pero que no les basta».

¿Por qué no me jubilan ya...?

Volviendo a él, dice que no entiende cómo habiendo cotizado 33 años, «y que si no seguí haciéndolo más tiempo, hasta hoy, fue porque me pilló la crisis, quedándome sin trabajo por mucho que lo busqué, y luego me diagnosticaron cáncer con metástasis, que si no hubiera seguido cotizando. Pero sin trabajo y enfermo, ¿qué podía hacer...? Porque no es que no quisiera trabajar... ¡Es que no podía...!, la enfermedad me lo impide... Sin embargo, estoy viendo a otros, que por menos que yo, les han dado la baja definitiva, asignándole una paga digna. Y entonces me pregunto, ¿por qué no pueden hacer eso conmigo, en vez de tener que esperar a que pasen siete años para jubilarme…? ¿Por qué no me jubilan ahora para que pueda vivir dignamente con la paga y los derechos que me corresponden lo que me queda de vida…? ¿Por qué no?    A ver, que me lo expliquen. ¿Por qué a mí no y a otros sí…? Porque creo que no pido nada del otro mundo», afirma.