Jonathan Rodríguez en una de sus actuaciones y a la izquierda, frente al centro comercial en el que trabaja.

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El camino del artista resulta ciertamente complicado. La idea romántica de vivir del arte, de aquello que a uno le apasiona, acaba chocando con la dura realidad de las facturas y la inestabilidad laboral. Ello aboca a muchos a trabajar en labores más comunes, a compaginar una doble vida, como asalariados durante el día, y como artistas de noche.

Es el caso de Jonathan Rodríguez (Palma, 1985), experto camaleónico, que bien puede despachar serio, enfundado en un impoluto uniforme por la mañana, y estar cantando, dándolo todo, disfrazado de Shrek en un musical esa misma tarde. Licenciado en Comunicación Audiovisual, terminó trabajando de dependiente en un centro comercial de Palma ante la falta de oportunidades artísticas. «Si no tienes contactos o un golpe de suerte, es un campo muy difícil de entrar». Aún así, nunca depuso sus aspiraciones musicales. Su particular periplo en el mundo de los escenarios le roba la mayor parte de su tiempo libre y sus madrugadas, que dedica a escribir guiones y traer a Mallorca musicales, piezas teatrales propias y adaptaciones como Aladdín o Rocky Horror. «Compaginarlo es una lucha y un desgaste físico y mental», reconoce.

Flora de la Cruz (Palma, 1997) es también dependienta, estudiante de animación 2D y 3D, y diseñadora gráfica, tres facetas que combina, en ocasiones, en una misma jornada. Su sueño: crear dibujos animados al más alto nivel. Lo apostó todo a una sola carta y, al igual que Jonathan, recorta horas de sueño para seguir formándose y participar en pequeños proyectos. «Me hago un horario, luego no lo cumplo y me toca trasnochar», bromea. Sola y sin, por el momento, compañía que la respalde, ha aprendido, además de labores propias, a publicitar su trabajo en redes sociales y gestionar el papeleo que de él se desprende.

Flora de la Cruz, a la izquierda frente a la tienda en la que trabaja y a la derecha, en su particular estudio en casa. Foto izq: T. Ayuga.

De buena mañana, pocos adivinarían a la camarera Maribel Mayans (Palmanyola, 1998), con coleta y delantal, cantando sobre el escenario, melena suelta y micro en mano. Con una espectacular voz, se propuso hacer de su hobby su profesión, por lo que se lanzó a los escenarios, haciendo bolos y actuaciones por toda Mallorca. Sin embargo, conociendo ya la limitada rentabilidad de la música, optó también por estudiar Magisterio: «Es importante tener un plan B», recalca. Para costearse los estudios y las canciones que ha grabado, ha trabajado cada verano de su época universitaria como camarera. «Ha sido muy difícil. Cuando trabajaba durante todo el día, por la noche no tenía voz para cantar».

Trabajadores de día y artistas de noche
Maribel Mayans, en una de sus actuaciones y a la derecha, durante un verano de camarera.

La incertidumbre y la difícil empleabilidad copan la profesión de artista. «Es frustrante cuando dedicas tantas horas y no obtienes lo que habías pensado», reconoce Maribel, quien, pese a las adversidades, volvería a escoger el mismo camino, «me ha dado muchas herramientas para todo tipo de situaciones». Jonathan coincide en ello y subraya que «a la primera de cambio te vas a querer rendir. Hay que tener fuerza de voluntad y adaptabilidad» para lograr hitos por los que sentirse orgulloso en el duro, solitario y precario oficio del arte.