Un escudo de la Corona de Aragón hallado en una construcción histórica en las Islas. La historiografía muestra en esta parte del mundo una suerte de batiburrillo de dinastías y territorios con un encaje no siempre pacífico. | Redacción Cultura

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La perspectiva es una clave determinante en la vida y en muchos aspectos de la misma, incluida la ciencia. La historia no es ninguna excepción, de ello tenemos múltiples ejemplos, y una mirada sesgada o miope pueden dar al traste con un pretendido análisis acotado de los hechos. Y es que cuando la historia deja de ser eso, historia, para convertirse en una justificación del presente en base a supuestos actos pasados empiezan los problemas y lo difícil es hacer volver las aguas a la calma. En nuestra historiografía destaca una discusión, con autores avalando cada opción. Es más apropiado hablar de Corona de Aragón o es igualmente admisible utilizar el término de Corona catalanoaragonesa.

En Castilla se puso muy de moda aquello de «tanto monta Isabel como Fernando», aunque no parece del todo equiparable en el caso de la alianza de familias nobiliarias que impuso un legado que perduró seis siglos de historia en el nordeste de la Península Ibérica. Por qué. La mención a los Reyes Católicos transmite la idea de que cada uno de los monarcas mantendría su criterio y su decisión intactas. Su consorte no podría imponer su palabra o criterio. ¿La correlación de fuerzas entre Aragón y los condados catalanes era similar? Este es el quid de la cuestión, aquello que determina la relación de cada factor con el resto en la ecuación, aunque más abajo regresaremos a este punto.

Echando un vistazo a la hemeroteca descubrimos claras diferencias en los medios de comunicación que tal vez no ayuden a poner paz, especialmente en la prensa escrita. Así los periódicos que se editan en Madrid, con una visión netamente constitucionalista y más o menos centralista y centrípeta, lo tienen claro. «Invento» o «ficticia» son dos adjetivos que utilizan sendos titulares en dos publicaciones de primer nivel con línea editorial confrontada al tratar el término de «corona catalanoaragonesa». Sin embargo las cabeceras editadas en Barcelona, muchas de ellas haciendo gala de un cierto componente identitario, tienden a justificar esa nomenclatura, algo que no queda circunscrito tan solo a la prensa o las discusiones de redes sociales, al apuntarse activamente a ello instituciones culturales, como el Institut d'Estudis Catalans (IEC).

De un modo parecido a como sucede con conceptos como «monarquía hispánica» o «reino asturleonés», no se han encontrado referencias coetáneas en las crónicas de su época, a pesar de que su utilización es habitual en círculos académicos e historiográficos desde hace décadas. Sin embargo, la Real Academia de la Historia llevó a cabo hace unos años el ciclo de conferencias La Corona de Aragón, 600 años de Historia. Es sintomático observar que ninguna ponencia menciona en su título a la facción catalana de la empresa de las cuatro barras.

En la sinopsis de esas jornadas que presenta la institución, con sede en Madrid e interesada en la Historia de España desde un amplio espectro, los coordinadores José Ángel Sesma Muñoz y Xavier Gil Pujol sí aseveran que «tanto la Corona de Aragón como ahora la Monarquía Española eran monarquías compuestas, integradas por distintos reinos, cuyo rey respectivo era, a la vez, el común de todos ellos. Tales reinos habían sido incorporados bien mediante uniones y sucesiones dinásticas, bien mediante conquistas, y conservaban, en mayor o menor grado, sus trazos institucionales particulares». A la luz de esta información tratamos con una suerte de batiburrillo de dinastías y territorios de encaje no siempre pacífico, en buena medida como el que dirige el ocupante del Trono de Hierro en el Poniente del imaginario propuesto por el famoso George R.R. Martin, en Canción de Hielo y Fuego y Juego de Tronos.

De todos es sabida la filia del popular escritor estadounidense hacia la historia, concretamente la de Inglaterra, cuyos episodios destacados se plasman en algunas de sus obras. Pero ese es otro tema. El que nos concierne habla de visiones del mundo más cercanas, y como recoge el ente académico español, en cada territorio de la corona estaban acostumbrados a regirse por sus propios usos y tradiciones, algo que engloba también la lengua. En la que podríamos llamar visión 'catalanocentrista' contamos con ejemplos como Enciclopèdia.cat, que define la «corona catalanoaragonesa» como la «corona de Catalunya-Aragó».

Según esta fuente sería aquel «estat, anomenat també modernament unió o confederació catalanoaragonesa, marc institucional dins el qual s’han desenvolupat històricament els Països Catalans i Aragó entre els segles XII i XVIII». En todo caso la importancia no reside tanto en si el peso específico de una parte de la corona se impuso sobre otra como en la perspectiva. Este asunto va más de coordenadas mentales y ejes de referencia. De cómo mientras la aristocracia de Aragón miró durante largo tiempo a Navarra, y por ende a Castilla, los condados catalanes se relacionaron profusamente con Occitania y el rey francés antes de mirar al mar y lanzarse a su conquista. Ello fraguó sus diferencias; pero también su riqueza.

Los hechos son lo que son y aquí opera de nuevo la interpretación. Y es que la historia no es un compendio de datos sin ton ni son. La historia no es vomitar una información aprendida de carretilla sin ningún tipo de conexión. La historia, además del trabajo puro con fuentes y documentos, consiste en contextualizar realidades complejas y frecuentemente antagónicas. Construir un relato en definitiva. Aquí reside su grandeza y también es donde radica el verdadero peligro. Porque los relatos son eso solo, pedazos de vida ajenos y pretéritos. Pero son poderosos en la medida que construyen los cimientos de cada mundo interior, en cada uno de nosotros. Así es como la historia y su interpretación entran en juego aquí y ahora. Sus relatos inspiran o acobardan, insuflan ánimo o temor. Unen o separan.