John Alberto Rodríguez en el estudio de Color Tattoo, en la céntrica calle de los Olmos. | Pere Bota

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En pleno verano, con ropa más ligera, se aprecian tatuajes. Quizá en gente que no sospechamos, quizá de un estilo que no nos encaja con la persona. Marcarse en la piel de por vida no es baladí y muchos tatuajes representan historias de calado, recuerdos de una época, de alguien, o cierto aprendizaje que no conviene olvidar. «En esta época, en Mallorca, lo que más se tatúan residentes y turistas son emblemas de la Isla, como su silueta, el sol, una ola, una palmera...», detalla John Alberto Rodríguez, tatuador del estudio Color Tattoo en la calle de los Olmos, en Palma.

Aunque la temática que más aboca durante todo el año y a todo tipo de perfiles a dejarse en la piel una huella duradera es el recuerdo de un ser querido. Es el caso de Cristina Durán, cuyo padre, amante de las motos, falleció en un accidente. Cristina utilizó las cenizas de su padre, con las que se hizo grabar el dicho motero ‘Ráfagas al cielo’, junto con el kilómetro de la carretera en el que perdió la vida su progenitor, en el dorso de la mano izquierda.

Tatuaje de Cristina Durán, en honor a su padre.

Entre quienes tienen cierta edad, un asunto recurrente son las historias de la ‘mili’. Hace cincuenta años, durante una noche entre copa y copa en un cuartel de Melilla, Joaquín Bermúdez halló la osadía de tatuarse. Quería un recuerdo de la disciplina y los valores aprendidos. «Los métodos no eran los de ahora. Te lo hacían con un palillero de tres agujas y tinta china», recuerda, junto con el colocón fruto del botellón de priva y dos porros que consumió para paliar el dolor. Ahora, un tanto borroso por el transcurso del tiempo, luce en un antebrazo un soldado legionario. También durante el servicio militar Fernando García acabó tatuándose, en su caso, el escudo del Barça, club que le unió con seis jóvenes de distintas partes de España. García ha ido posteriormente tatuándose más en la misma zona de la pierna, hasta la imagen de su hijo durante el partido Barça-Sevilla en el Wanda Metropolitano en 2018. Los azulgranas ganaron 5-0. Más reciente es el de Yaiza Millán Forteza, de 27 años. También convivió unos meses fuera de casa, pero en su caso, no en la mili sino en un circo. «Fue una experiencia fantástica y lo quería tener en mi piel. Se convirtieron en mi familia durante tres años», relata.

El soldado de Joaquín Bermúdez y los tatuajes del Barça de Fernando García.

El valor emocional de los más simples o pequeños tatuajes no es menor necesariamente por su tamaño. En la parte inferior de la muñeca, una estrella grande, acompañada de dos pequeñas, simboliza a una madre mallorquina y sus dos hijos. Ella se llama Estrella García. Dicen que un hijo te cambia la vida y precisamente la paternidad es una de las temáticas principales para marcarse en la piel. María José Olivares Rodríguez tuvo hace unos años un embarazo gemelar, pero uno de los bebés no llegó a término. «Quería sentir a mis cuatro niños», por lo que se dibujó en la piel su silueta acompañada de sus dos gemelos y sus dos hijos mayores.

Amor...y desamor

También cabe el amor... y el desamor. Laura López, de Lloseta, luce un tatuaje de un oso en la parte superior de un brazo. La historia que esconde es, cuanto menos, curiosa. Su expareja guardaba como oro en paño un peluche de su infancia. «Le dije que me lo iba a tatuar porque, si algún día le faltaba, siempre le quedaría yo», rememora Lucía. Y, efectivamente, faltó. Acabó por despiste destrozado por su perro. La historia de amor acabó, pero Laura no se arrepiente «porque significó mucho para mí».

Tatuajes de Estrella, María José y Laura.

Todos recuerdan con claridad el momento del tatuaje. Son minutos en que los nervios están a flor de piel y la expectativa es enorme. A veces pueden transcurrir horas para realizar un tatuaje y muchos acaban desahogándose o confesando el porqué del tatuaje. Hay lloros y a veces no necesariamente de dolor físico, asegura el tatuador John Alberto Rodríguez, a la vez que rememora el cliente que más le ha marcado. Un turista alemán le pidió en una ocasión tatuarse el símbolo de Gucci en sus partes inferiores porque «eran de lujo». Finalizada la tarea, fue mostrándolo por las calles de Magaluf.